Hace poco
se publicó Documentos de barbarie (poesía 2002-2012), -Paracaídas Editores- de
Victoria Guerrero Peirano, un ambicioso proyecto personal editado en tres tomos
que reúne poemas de sus libros más representativos: El mar ese oscuro provenir,
Ya nadie incendia el mundo, Berlin y Cuadernos de quimioterapia, y que además
incluye un comentario crítico de Martín Guerra-Muente. Al respecto, charlamos
con la notable autora.
-Documentos
de barbarie (poesía 2002-2012) compila tres de tus poemarios más importantes y
una selección de un cuarto. ¿Cuál crees tú que es el hilo conductor entre estos
tres textos?
Bueno,
creo que hay varios temas de fondo y de forma. Para empezar, el cuerpo y la
enfermedad son temas que se manifiestan en diferentes grados en cada uno de los
libros desde El mar… Al mismo tiempo, está la resistencia de los cuerpos a ser
auscultados e invadidos, la clínica como forma de poder, pero también como
metonimia del estado de cosas, del contexto violento en el cual se asumen estos
textos, que, aunque han sido producidos posteriormente al conflicto real, son
un síntoma de ese periodo, de allí el título conjunto “Documentos de barbarie”,
como testimonio de una época. En cuanto a la plasticidad de la escritura, hay
rupturas, silencios, uso de colores (en Berlin uso el rojo, que, en esta
edición, ha variado por una cuestión de costos), apropiaciones de citas, la
vida (un mechón de cabello en la primera edición de Cuadernos así lo
testimonia) y una cierta irracionalidad o una racionalidad distinta, propios de
la vanguardia y de la escritura expresionista.
-Algunos
críticos consideran que estamos ante una trilogía, ¿lo observas así?
Sí, claro.
Ha habido una especie de pequeña discusión en cuanto a esto. Yo y ciertos
críticos planteábamos que la trilogía empezaba con El mar y terminaba en
Berlin, pero luego unos amigos, entre ellos Martín Guerra, opinan que la
trilogía comienza en Ya nadie incendia el mundo y termina en Cuadernos de
quimioterapia. Quizá, entonces, se trate de una tetralogía, aunque el término
suene un poco pomposo; sea como fuere, al juntar todos estos textos, entiendo
que hay un sentido mayor que solo puede ser comprendido en su conjunto, una
lectura diferente a la que se puede obtener con la lectura de los libros
separadamente, pero, al mismo tiempo, quise que se editaran separados porque
podrían haber salido en un solo tomo. Me los imagino juntos, en una narración que
solo acaba con el último, pero cada uno tiene su fuerza y su potencia, por eso
su edición separada y en una caja.
-¿Publicar
El mar ese oscuro provenir, Ya nadie incendia el mundo, Berlin y Cuadernos de
quimioterapia cierra un ciclo en tu proceso creativo?
Sí, por
supuesto. Quería cerrar este ciclo a través de esta publicación, que es, a su
vez, una manera de celebrar un trabajo de diez años que me ha costado muchísimo
y en el que a veces he hablado sin pudor, cuando yo, en la cotidianidad, soy
tímida y vergonzosa. Era una escritura cansada, y me daba cuenta de que seguir
por ese camino solo iba a replicar lo anterior, una desestructuración profunda
en la vida y, por tanto, en la escritura. En Cuadernos ya se manifiesta ese
tedio en varias citas: “Se impone el silencio/O el habla efímera” o “Ahora le
toca trabajar, leer, bordar y trabajar”. Necesitaba (necesito) descansar, oír
al silencio, vivir.
-El poema
“Última imagen AD” nos llega a manera de correspondencia sorpresa en un sobre
que acompaña a estos volúmenes. Cuéntanos sobre la historia de este poema.
¿Cuál es su origen?
Este poema
es un homenaje a una compañera generacional, a un sentimiento de vida que
teníamos los que nos hemos educado sentimentalmente en las décadas de los
ochenta y noventa. Esto tiene mucho de desencanto y de pérdida. Quería incluir
un inédito que reflejara ese momento, es decir, un ícono de ese tiempo que no
pudo resistir. Hay cuerpos que no han resistido la desestructuración de nuestra
adolescencia y juventud, repleta de desasosiego y necesidades no satisfechas, y
hay otros que hemos sobrevivido por tercos, por miedosos, por lo que fuere o,
simplemente, porque a pesar de todo nuestra infancia fue hermosa. En Ya nadie
incendia el mundo la cita evidente –para los conocedores– es al poeta Josemári
Recalde, que murió a finales de la década de 1990, como colofón de esa década
desencantada.
-Ya nadie
incendia el mundo nos habla de la maternidad, el nacimiento, la familia, los
amigos, articulado diestramente con la coyuntura sociopolítica. En tu caso, en
particular, ¿cuál es la importancia de asociar la experiencia de vida y el
activismo político?
No sé si
considerarme una activista política, en todo caso, soy una persona interesada
en la política y en el ejercicio crítico de la escritura, y, cuando hay que
salir y participar en las calles, lo hago. Solo practico el ejercicio de
nuestros derechos, aunque en nuestras democracias de medio pelo, eso ya te haga
medio rebelde.
-¿Cómo
visualizas nuestra sociedad contemporánea, actual?, ¿crees que ya nadie
incendia el mundo?
En la
actualidad, no creo que a los jóvenes les interese incendiar el mundo porque
tal vez hemos vivido tan radicalmente lo político y tan duramente en las calles
que ya no son formas de resistencia efectiva para ellos. Es verdad que ahora
son mucho más edonistas, quizá porque hay esa sensación en el mercado de poder
alcanzar el bienestar económico, pero los que son sensibles e intuitivos saben
que, en un país como este, esa farsa solo beneficia a los de siempre. Barrunto
que debe haber otras formas de resistencia; l@s jóvenes que yo conozco quieren
el derecho pleno de su sexualidad y de su deseo, quizá la cosa va por allí.
-Berlin
nos lleva por situaciones de pareja, separación, sueños incumplidos, nostalgia,
visión del subdesarrollo y desarrollo; inmigración; sobrevivencia; recorrido
por Lima, Madrid, Berlín y Boston. Permíteme hacer de una frase de este
poemario una interrogante: ¿Berlín es una danza digna y poderosa?
Berlin es
una danza no solo poética sino sonora, porque también hay un recorrido musical
real en sus páginas: los maestros han estado en la ciudad real: Bowie, Iggy Pop
y Lou Reed. Se han evadido a través de la fiesta, pero también han celebrado.
Hay alusiones directas al baile en su sentido más primigenio de invocación y
celebración en medio del desarraigo; me parece que es algo así lo que quería
expresar. De regreso a la pregunta, en Berlin, la dignidad es la única
posibilidad de resistencia para el humillado.
-Tu
poética es contestataria, disconforme, feminista, cruda, lejos definitivamente
de la poesía cosmética, adornada. ¿Romper radicalmente hasta con los cánones
poéticos establecidos te regocija?
No creo
que regocijar sea el término exacto. No es que me dé satisfacción ser
contestataria o experimentar con una poética más cruda, es simplemente que no
encuentro otra forma de expresar aquello que me interesa en la poesía. No puedo
evadirme del tópico sin plantear la disconformidad y sin que el lector se deje
tocar por la misma. No busco satisfacer al lector y quizá por eso mucha de mi
poesía no es posible leerla en voz alta. Lo hago, pero siempre he pensado que
no es buena idea. Para mucha gente, es demasiado ruda. Un arte político y
crítico debe crear su propia estética, la mía es la insatisfacción.
-Después
de la publicación de esta retrospectiva parcial de tu obra poética, ¿qué
viene?, ¿qué estás trabajando ahora?
Todavía no
tengo nada concreto. No me pongo a pensar en eso o quizá lo evito, prefiero
solo hacer la vida, las cosas simples: leer, caminar, ir al mercadito, comer un
postre, conversar con los amigos, escuchar a l@s alumn@s. “Vivir es una obra
maestra”, ya lo había escrito Eielson, y qué poderoso es.