Escribe: Raúl Lizarzaburu
Vuelve a
nuestra cartelera el veterano director británico Stephen Frears, conocido en
nuestro medio básicamente por su versión de Relaciones
peligrosas con Glenn Close y John Malkovich, pero le debemos excelentes
filmes como Mi bella lavandería, The Grifters, Héroe accidental o Alta
fidelidad. Lo último que se vio de él en Lima fue La reina, aunque hizo otros trabajos después. Philomena (íd., 2013), drama basado en una historia real y ganador
de varios premios en Venecia, tiene a Steve Coogan como coautor del guión (con
Jeff Pope, basado en el libro The Lost
Child of Philomena Lee de Martin Sixsmith), coproductor y protagonista
justamente como Sixsmith.
Judi Dench
interpreta a la mujer del título, a quien vemos primero en su adolescencia,
cuando, después de su primera experiencia amorosa y de un embarazo no deseado,
es llevada a Roscrea, un convento en las planicies de Irlanda del Norte junto a
otras chicas igualmente “impuras” y en “pecado” similar. En su claustro, se dedicarán
a labores de lavandería y su bebé, como el de sus compañeras, le es arrebatado
contra su voluntad –bueno, son obligadas a firmar– luego de unos meses y
adoptado por otra familia (de joven es interpretada por Sophie Kennedy Clark,
con un aire a Drew Barrymore). Medio siglo después le hace esta confesión a su
hija (Anna Maxwell Martin) y ella contacta a Sixsmith, poco después de la
salida de este de la BBC londinense pese a su amplio recorrido como
corresponsal extranjero y periodista político, al parecer por un malentendido
–lo que pone en juego su prestigio–, durante el gobierno de Tony Blair en la
primera mitad de la década pasada, mientras prepara un libro sobre la historia
de Rusia. La mujer le sugiere escribir sobre su madre y le cuenta el caso. Él
inicialmente no muestra mucho interés, pero después de desechar la idea,
finalmente acepta y trata de averiguar qué pasó con el hijo de Philomena.
Lo que
sorprende es cómo este argumento, que en manos de otro director hubiera
resultado menos interesante, es realzado por Frears en sus distintos pasos: la
relación entre la devota Philomena y el ateo Sixsmith, la visita al convento,
el viaje de ambos a Norteamérica al mejor estilo buddy-movie. Y no es lacrimógeno como podríamos pensar: que tiene
carga dramática, la tiene de hecho (alcanza su pico en la última parte), pero
también algo de humor y hasta giros de intriga, en los que no quedan bien
paradas instituciones políticas (el Partido Republicano; por ahí se ve a Reagan
y Bush padre) y religiosas (la Iglesia Católica) a medida que se hacen
revelaciones. Dench, soberbia como siempre, es bien secundada por el
multifacético Coogan. La fotografía de Robbie Ryan se luce tanto en exteriores
(la campiña irlandesa, las calles de Washington) como en interiores (el
monasterio, el hotel, la secuencia del parto). La música es del maestro
Alexandre Desplat, una de sus cuatro nominaciones al Oscar (las otras son a
mejor película, guión adaptado y actriz para la Dench).
El final da
cuenta de los verdaderos protagonistas. Y Philomena
es un filme que no hay que dejar pasar.
*Película en cartelera