Escribe: Raúl Lizarzaburu.- El
actor Ben Affleck debutó como director y coguionista con el interesante
thriller Gone baby gone, con su
hermano Casey como un detective privado que tiene la difícil misión de
encontrar a una niña de cuatro años desaparecida en Boston. Mejor aún es el
policial Atracción peligrosa, en el
que además de coautor del guión es protagonista como un ladrón de buenos
sentimientos.
Su
tercer trabajo como realizador, Argo
(íd., 2012), confirma que Affleck se porta mejor detrás de la cámara que
delante de ella (como actor tiene varios filmes realmente malos). Al igual que
los dos primeros, es una adaptación literaria, solo que esta vez el guión de
Chris Terrio se basa en el libro The
Master of Disguise de Antonio J. Méndez y el artículo Escape
de Teherán
escrito por Joshuah Bearman, y recrea un caso verdadero ocurrido en noviembre
de 1979, cuando la revolución islámica encabezada por el ayatola Jomeini puso
fin al prolongado reinado del Sha en Irán, y con él sus buenas relaciones con
Estados Unidos.
En especial cuando un grupo de alzados irrumpe en la embajada
americana en Teherán y toma 52 rehenes, de los que media docena logra escapar y
a su vez refugiarse en la residencia del embajador canadiense, Ken
Taylor (interpretado
por Victor Garber), lo que genera un grave conflicto internacional, y pone en
marcha una operación secreta que, en la práctica, lo fue hasta 1997, cuando
salió a la luz durante el gobierno de Bill Clinton (al ocurrir los hechos el
presidente era Jimmy Carter).
Affleck,
además productor
junto a Grant Heslov y George Clooney, interpreta a Tony Méndez, el agente especializado que
encabeza un plan perfecto para liberarlos: junto a otros cinco colegas de
Inteligencia, deben simular ser un equipo de producción canadiense que va a
Irán a buscar locaciones para filmar una película de ciencia ficción llamada Argo, todo monitoreado desde
Norteamérica por el subdirector de la CIA, Jack O’Donnell (Bryan
Cranston), y cada uno de los seis debe aprenderse un libreto respecto a su nombre
y su trabajo, por supuesto falsos.
Entonces entran en acción los dos zorros viejos de Hollywood Lester Siegel y
John Chambers, dos personajes desencantados y cachosos (excelentes Alan Arkin y
John Goodman), uno productor y el otro capo del maquillaje, que ponen quizá la
única cuota de humor en un filme a caballo entre el docudrama -reforzado con
imágenes verdaderas- y el ejercicio de género, con recursos propios del suspense y momentos de tensión en
escenas como la discusión con el mercader, cadáveres colgados en plena calle o
la persecución en el aeropuerto.
Affleck,
que ya había mostrado habilidad para el thriller, logra ese equilibrio con dos
aliados fundamentales: el montaje de William Goldenberg y la bien recreada
atmósfera de fines de los setenta, captada por la notable fotografía de Rodrigo
Prieto. En cuanto a las actuaciones, el trabajo es grupal por la propia
naturaleza del filme. El final da cuenta de los verdaderos protagonistas. Y Argo, desde ya voceada para más de un
Oscar, es la confirmación de Ben Affleck como un director a seguir.