Escribe: Raúl
Lizarzaburu
Hace unos meses
comentamos La sospecha, sorprendente thriller del canadiense francófono Denis
Villeneuve. El hombre duplicado (Enemy, 2013), que rodó poco antes, también es
un ejercicio de suspenso psicológico, pero el guión del español Javier Gullón
(país que mete mano en la producción), basado libremente en la novela homónima
escrita en 2002 por el Premio Nobel portugués
José Saramago, carece de puntos de contacto con el otro filme –empezando
por la duración, de casi una hora menos, y su andamiaje narrativo mucho más
complejo–, si bien vuelve a tener a Jake Gyllenhaal como protagonista.
Aquí lo vemos
por partida doble: uno de sus personajes es Adam, un profesor de historia de
una universidad de Toronto sin demasiadas emociones en su vida, salvo cuando tiene
sexo con su guapa novia Mary (la francesa Melanie Laurent), en secuencias
fotografiadas en un tono grisáceo (o cuando acude por su cuenta en busca de
experiencias eróticas, como en la secuencia inicial). Pero todo cambia cuando
al ver en casa una comedia romántica, recomendada por un compañero de trabajo,
se entera que tiene un sosías, un actor segundón (el propio Gyllenhaal) llamado
Anthony, que emplea el alias de Daniel Saint Claire mientras trata de ascender
en su carrera.
Lo más increíble
es que ambos viven cerca. Y Adam se obsesiona con él a tal punto que no solo
investiga sobre su persona, y quiere saber quién es, conocer sus orígenes,
pensando que tal vez se trate de un gemelo de quien fue separado al nacer y
tomaron caminos distintos. Literalmente, se mete en su vida –revisando su
correspondencia, llamándolo, buscándolo con la idea fija de verlo cara a cara–
y hasta se mimetiza con él. Pero la esposa de Anthony, Helen (Sarah Gadon), que
tiene seis meses de embarazo, no se traga el cuento y cree que su cónyuge está
viendo a alguien ligado a su pasado, y al mismo tiempo la pareja de Adam
comienza a notar cambios en su conducta.
Villeneuve, sin
emplear muchos diálogos, va armando un rompecabezas y se empeña en transmitir
la sensación de angustia del protagonista, ya sea con gestos, parado al
interior de su apartamento semivacío, corriendo en medio de enormes edificios
(sin un alma en las calles) o largos pasillos, jugando con lo real y lo
imaginario, con lo que realmente es y con lo que podría ser, hasta gigantescos
arácnidos que parecen sacados de pesadillas kafkianas, y ecos de cineastas como
Cronenberg o Lynch (no en vano aparece Isabella Rossellini en un breve papel
como la madre de Anthony). Además de su bizarro componente sexual. Y la fotografía
de Nicolas Bolduc y la música de Danny Bensi y Sander Jurrians contribuyen a
ese clima. Jake Gyllenhaal está bastante bien en su doble papel, así como las
rubias canadienses Laurent y Gadon.
Se podría
objetar que la trama deja algunos cabos sueltos, pero el filme no deja de ser
inquietante por ello (ojo con la escena final). Y Villeneuve, con mucho camino
por recorrer aún, confirma su buena mano para el género.