Película nacional que la podemos ver en la cartelera local y que el crítico de cine Ricardo Bedoya comenta en el presente artículo
“Cuchillos en el cielo es el séptimo
largometraje de Alberto “Chicho” Durant. Como otras películas del cine peruano
de los últimos años, desde “La teta asustada” hasta “Paraíso”, tiene un
personaje femenino central que busca arreglar las cuentas pendientes con su
pasado personal, que se superpone al del país.
La acción
transcurre el año 2001. Milagros (Alejandra Guerra) ha salido de la cárcel.
Durante su detención, acusada sin pruebas de actos terroristas, fue violada
varias veces por militares. Al recuperar la libertad, empieza una relación con
su hija púber y busca una reparación legal de los violadores. La película se
centra en la descripción de las difíciles relaciones que entablan madre e hija.
“Cuchillos
en el cielo” apela a un clásico itinerario narrativo seguido desde los tiempos
del neorrealismo: al salir de una experiencia traumática, la protagonista vive
experiencias tan funestas como las de su pasado inmediato. Paga la factura de
ser mujer, de estar sola, de poseer antecedentes penales. Su trayectoria es la
de un “caso”, un expediente. El retrato del personaje lleva como trasfondo la
observación de una realidad.
En esa
conexión entre lo íntimo y lo colectivo radica el mérito pero también la
debilidad de la película.
El mérito:
la decisión de hacer reposar el peso de la acción dramática en la presencia de
Alejandra Guerra. Sin duda, lo mejor de la película es su desempeño. Ella le da
entidad al personaje de Milagros, aportando un aire de fragilidad y desamparo,
pero a la vez de fuerza silenciosa. Los momentos más logrados de la película
son aquellos en que la vemos observar el entorno, la ciudad desde lo alto o en
la noche mientras espera a su hija. Esos costados de intimidad, por más breves
que sean, aportan una relación emocional y de identificación entre el
realizador y su personaje.
Pero esa
calidez se desvanece al imponerse el carácter “ejemplar” que marca el diseño
del guion de “Cuchillos en el cielo”, que recurre a simetrías casi didácticas.
No solo
porque las secuencias en el Poder Judicial o en el estudio del abogado resultan
explicativas, frías y tan poco emotivas como el recinto del Palacio de
Justicia, inhóspito y solitario. También porque hay momentos que subrayan lo
que ya es evidente, como el trauma del personaje, ratificado con la secuencia
de huída del chifa.
Pero sobre
todo porque resulta casi un fatalismo del sentido –y un artificio del relato-
que el reencuentro entre madre e hija y el destino de la muchacha deba sellarse
luego de la experiencia de la prisión y el dolor (como si fuera el reflejo
especular de lo vivido por Milagros), seguido del empeño de las dos mujeres de
secar la casa inundada. Es curioso el giro simbólico que adopta el final de
“Cuchillos en el cielo”.