El director Robert Zemeckis y el gran Denzel Washington juntos en una película en cartelera y candidata al Oscar a Mejor Actor
Escribe:
Ricardo Bedoya
La vuelta de Robert Zemeckis al mundo de los dramas con
actores de carne y hueso y en plan de buscar el Oscar lo ubica al lado de
Denzel Washington, como antes lo puso junto con Tom Hanks en Náufrago.
Lo
curioso de “El vuelo” es el carácter adulto que la película pretende lucir
desde el arranque. El desnudo inicial, las escenas con el protagonista
inhalando cocaína, el aire divertido del personaje de John Goodman, el asunto
del alcoholismo creando dilemas éticos que se dramatizan.
Denzel
Washington es el piloto de una línea de aviación comercial que suele ponerse al
comando de la nave en condiciones muy particulares. Un buen día, el avión tiene
un percance en pleno vuelo pero el piloto maniobra del modo correcto para
forzar un aterrizaje. El accidente deja un saldo mínimo en pérdidas humanas,
pero la conducta personal es puesta en cuestión.
“El
vuelo” dura casi dos horas y media y durante ese tiempo de navegación ocurren
todo tipo de turbulencias. El episodio del accidente aéreo es tenso, seco,
espectacular y traumático para cualquiera que padezca de fobia a los aviones.
Pero al lado de ese impecable ejercicio de artesanía fílmica, aparecen las
escenas menos convincentes y melodramáticas de la relación entre el piloto y
Nicole, la joven que enfrenta la adicción a la heroína. Personaje que es
reflejo inverso del buen Denzel y que está ahí para hacerlo reflexionar y
ponerlo en cruciales dilemas, pero que entra y sale de la acción a capricho del
guion.
Solo
hay un buen momento que la involucra. Es el pasaje del diálogo entre los tres
pacientes del hospital. Uno es el piloto, que se recupera de las lesiones del
accidente. Otro, es un paciente que busca un lugar para fumar con el fin de
provocarle un cáncer a su cáncer. La tercera es la joven que se ha salvado de
morir por una sobredosis. Es el encuentro de tres soledades, tres adicciones y
tres modos de consumar o dar cuenta de su destino.
Son
muy logradas también las intervenciones del gran John Goodman, el ubicuo
proveedor de drogas.
Pero
la pretendida madurez conceptual de “El vuelo” se echa a perder en la parte
final, que muestra dos “resurrecciones” del piloto.
La
primera es casi literal. Vuelve a la vida en el cuarto del hotel. Es una de las
mejores escenas de la película. Tiene humor y un acento entre cínico, dolido y
documental. Realiza el milagro el infalible Goodman. Le sigue la secuencia de
la comparecencia de Washington ante el Comité que lo investiga y ahí el actor,
en primer plano, hace lo que sabe hacer y que le ha llevado al Oscar una vez
más.
El
problema está en la segunda “resurrección”, la figurada. Cuando lo patético se
troca en ejemplar. Entonces, la redención es una receta prescrita y proclamada
en dos minutos. La ecuanimidad se vuelve discurso y fórmula.
Es
difícil de creer en semejante conclusión, sobre todo después de haber visto la
anterior “resurrección”, la invocada por Goodman. Esa sí filmada con energía e
ideas de cine. Y eso es lo que cuenta en una película.