Escribe: Raúl Lizarzaburu
Luego
de iniciar su carrera como director con cinco cortometrajes, un par de ellos
interesantes (El colchón y en
especial El diente de oro, ganador de
premios), el peruano Daniel Rodríguez dio el salto al largo, sin mucha fortuna,
el año 2008 con El Acuarelista –que
firmaba simplemente como Daniel Ró–, cercano al thriller, con toques de humor
negro y pretensiones polanskianas (por ahí algo de Kafka) sobre las relaciones
entre el pintor protagonista (Miguel Iza) y los disfuncionales habitantes de un
edificio de apartamentos a donde se muda, cada cual con su respectiva historia.
Lamentablemente el resultado fue fallido en la práctica.
El vientre (íd., 2014), primera
producción nacional estrenada en el año (de los varios proyectos que se han
anunciado, algunos ya terminados) es su segundo largo, con guión coescrito por
el director y su hermano Gonzalo Rodríguez. Narrado en menos de hora y media,
esta vez el escenario es una casona en un poblado del norte peruano, se supone en
La Libertad (por ahí se escucha una referencia a Huamachuco). La dueña de casa
es Silvia (Vanessa Saba), cuarentona de sociedad, solitaria, viuda y sin hijos.
Luego vemos a Mercedes (Mayella Lloclla), una candorosa muchacha a quien Silvia
conoce en un camal del lugar, y la lleva a trabajar como criada a su casa. La
joven hace química con Jaime (el flaco Manuel Gold), que hace algunas labores
de reparación en la mansión, inicia un romance con él y queda embarazada, luego
de lo cual Silvia se encarga de desaparecer al galán y convierte a la futura
madre en su prisionera para intentar quedarse con el bebé que espera a cualquier precio, al no haber podido tener uno
propio (un flashback nos ilustra al respecto). Y así pasan los meses.
A
diferencia de El acuarelista, aquí
Rodríguez apuesta abiertamente por el suspenso (juega con algunas claves del
horror, pero no llega a ser tal) más tradicional, en un ambiente claustrofóbico
en el que cada pieza de la casa juega su propio rol, y un clima de tensión que
va en ascenso a medida que se va desatando la naturaleza psicopática y criminal
de Silvia, y la lucha de su cautiva ya sea por enfrentársele, escapar o
simplemente hacerse notar, hasta llegar a una última parte climática aunque tal
vez su desenlace sea algo abrupto. Este segundo largo, resulta ocioso decirlo,
representa un paso adelante respecto del anterior, no solo en su puesta en
escena, sino en su factura técnica: fotografía, diseño de producción, acabados
(el interior de la casona, por ejemplo). El peso dramático recae, como
corresponde, en Vanessa Saba por las características de su personaje, aunque la
joven Lloclla no lo hace mal; ambas se complementan como villana y víctima.
Gianfranco Brero aparece unos minutos en una de las mejores secuencias, y Pold
Gastello y Cristhian Esquivel son los típicos policías incapaces de creer que
la señora mate una mosca.
Con
cierto éxito de público al parecer, El
vientre es pasable como ejercicio de género. Veremos qué más nos trae en el
futuro la filmografía de Daniel Rodríguez.