Escribe:
Raúl Lizarzaburu
Desde
principios de los años ochenta, Woody Allen no ha dejado de entregarnos una
película anual, en todas en sus facetas habituales de director y guionista y en
parte de ellas también como actor. Obviamente en ese lapso, así como ha habido
verdaderas obras maestras (Hannah y sus
hermanas, Crímenes y pecados),
también se ha notado cierto agotamiento en la última década, aunque de vez en
cuando nos sorprende con títulos realmente buenos como Match Point o Medianoche en
París, que le diera el Oscar a mejor guión no hace mucho. Justamente en
este lote se inscribe Jasmine (Blue
Jasmine, 2013), lo último de la cosecha del infatigable cineasta neoyorquino
hasta hoy.
Allen
dirige y escribe, no actúa, y el filme se inicia en un vuelo que podría parecer
el comienzo de una serie de gags, pero no lo es: una vieja quejándose de que
una desconocida, que viene a ser la mujer del título (Cate Blanchett), se la ha
pasado hablándole durante todo el viaje. Entonces conocemos las desdichas de la
protagonista. Primero tuvo una vida de lujos que le daba su marido, que había
resultado, además de infiel, tremendo desfalcador (Alec Baldwin): gracias a él
ella gozó de viajes por todo el mundo, abrigos de visón, carteras Vuitton y
perfumes Chanel, para luego quedarse sin un dólar. Se ve obligada a mudarse del
corazón de Nueva York, donde alternaba en fiestas con socialités, a un barrio
marginal de San Francisco, alojada en la casa de su hermana (Sally Hawkins, la
actriz inglesa de La felicidad trae suerte),
que es cajera en un supermercado y tiene como pareja a un mecánico (Bobby
Canavale). Y el contraste será duro para ella, que se refugia bebiendo ingentes
cantidades de alcohol y pastillas.
Trata de sobrevivir trabajando como
recepcionista de un dentista y conociendo a otros hombres pero le será difícil,
a medida que van en aumento sus neurosis: una escena notable es cuando sale con
un diplomático viudo (Peter Sarsgaard) y se encuentra con su ex cuñado (Andrew
Dice Clay). La narración va acompañada de algunos saltos al pasado que arrojan
luces sobre los caminos que llevaron a Jasmine a donde está. El final es de
antología.
Cuando
Allen no integra el reparto, así como emplea actores y los convierte en una
versión suya, también ya había demostrado su maestría en explorar el universo
femenino (Hannah y sus hermanas, La otra mujer, Melinda y Melinda son algunos ejemplos) y este filme no es la
excepción, ayudado por una Blanchett (que físicamente nos recuerda por momentos
a Monica Vitti, en otros a Gena Rowlands) que siempre da la nota justa y sobre
quien recae el peso del filme, tanto en lo dramático –con reminiscencias de la Blanche DuBois de Un tranvía llamado deseo, que Cate
interpretó en teatro– como en sus dosis de humor negro.
Como
se ve, a sus 78 años, el genio de Allen permanece incólume. Y no deja de hacer
su película anual: a mediados de este año debe estrenar Magic in the Moonlight, con Emma Stone,
Colin Firth y Marcia Gay Harden. Habrá que esperarla.
*Película en cartelera