Escribe: Raúl Lizarzaburu
Conocíamos
a Anne Fontaine, realizadora francesa, por Coco
antes de Chanel, bio-pic con Audrey Tautou en el pellejo de la célebre
diseñadora de modas, en especial en sus años de juventud, antes de llegar a la
cumbre del mundo fashion. Esta mujer de cine ahora se va a Australia para
filmar Pasiones prohibidas
(Adore, 2013), un filme que resultaba atractivo en teoría: guión de la propia
Fontaine, además autora de la historia junto con Christopher Hampton, antiguo
colaborador de Stephen Frears (Relaciones peligrosas, por ejemplo). Basado
en la novela The Grandmothers, escrita
en 2001 por la británica Doris Lessing, Premio Nobel de Literatura 2007. Naomi
Watts y Robin Wright encabezando el reparto. Nada menos. Pero en la práctica
las cosas son distintas.
Luego
de una breve introducción que las muestra cuando niñas y que refleja la entrañable
amistad que cultivaban desde entonces, vemos de adultas a Lil y Roz
(Watts-Wright) como vecinas en un pequeño e idílico balneario en el Pacífico
sur, y su reducido entorno: Harold, esposo de la primera (Ben Mendelsohn; la
otra es viuda) y los hijos, ambos varones jóvenes, de cada una: Ian (Xavier
Samuel) y Tom (James Frenchville). Todos se reúnen cenando en la casa de playa
de alguna de ellas o simplemente tomando el sol, mientras los muchachos son
grandes aficionados al surf. De pronto pasa algo: Harold se ausenta, y los mozalbetes
se ven frente a dos mujeres maduras y atractivas, y no solo eso. Por añadidura
cada cual es la mejor amiga de su madre (a su vez madre de su mejor amigo), pero
mujeres solas al fin, así que poco importa. E inician una relación furtiva.
Comienzan a tener sexo a escondidas. Tenemos así dos nuevas parejas.
Pero
la forma en que madame Fontaine cuenta esta historia de amour fou durante casi dos horas no resulta muy convincente,
empezando por el despertar amoroso, repentino y sin muchas luces. Tiene una
somera carga erótica, sí, aunque claro, más en lo temático, en lo adulto del tema,
que en lo visual, en mostrar piel. En esta ocasión la cosa se va más por el
melodrama. Por las culpas entre los cuatro. Por las peleas entre madre e hijo,
entre amigos, entre amigas, entre las cuarentonas objeto de deseo y sus jóvenes
amantes que, como corresponde, querrán hacer su vida en algún momento. Eso,
sumado a que no serán bien vistos cuando los pocos habitantes del lugar
comiencen a enterarse de su relación. Hasta llegar a un desenlace quizá
previsible.
Las buenas actuaciones de las dos rubias, que aportan su
experiencia (a diferencia de unos inexpresivos Samuel y Frenchville), ayudan a
sostener en parte el filme. También ayuda el uno del paisaje costero australiano,
captado espléndidamente por Christophe Beaucarne, y que en cierto modo es importante
en la historia: llaman la atención varias escenas con los pies de los
personajes en el agua.
De
todos modos, con sus altas y bajas, saludamos el estreno, aunque casi desapercibido,
de Pasiones prohibidas, en una cartelera copada por Hollywood.
*Película en cartelera