lunes, 18 de agosto de 2014

18 Festival de Cine de Lima, balance





“Oportunidades desperdiciadas para conocer de lleno otros trabajos del mismo Guimaraes por ejemplo”, señala la autora de la nota en el presente recuento




Escribe: Mónica Delgado


¿Qué ha dejado esta edición N°18 del Festival de Lima? Por un lado, como evento alternativo frente a la cartelera comercial y como ventana de cine latinoamericano de festivales, esta edición ha significado empoderar una mirada menos complaciente sobre el tipo de producciones que deben mostrarse a un público limeño que ya goza de otro tipo de expectativas. El festival confirma que se trata de un espectador promedio atento a ver nuevas propuestas que vengan con fama de otros eventos internacionales, y donde los invitados u homenajeados sean cineastas reconocidos y donde se permita ahondar en su obra. Y por otro, a diferencia de ediciones anteriores, el festival ha tenido un mejor perfil, aunque siguió con baches en la programación inexplicables, como la inclusión de películas muy flojas como Manto Acuífero, Conducta o Romance Policial, tanto en la selección oficial como en las muestras paralelas.

Si bien la programación ha mostrado un nivel de mucho interés, teniendo en la competencia a una película notable como Jauja de Lisandro Alonso, que de lejos fue el film más importante dentro de la competencia de ficción, sino de todo el festival, es el cine argentino que sigue viéndose como el más redondo, creativo,  y sintomático de avances en políticas de promoción. El cine chileno y mexicano también muestran avances incluso inusuales, como películas de fin de curso nada deleznables o sobre un cine de adolescentes en un circuito donde se explota temáticas sociales y exotismo de la otredad.

Otro punto a favor del festival fue la proyección de películas estrenadas en mayo en Cannes, como Jauja, Refugiado, Relatos Salvajes, Gente de bien, P’tit Quinquin (otro punto alto e irrepetible de esta edición) y la selección de la Semana de la Crítica, así como varias cintas latinoamericanas de Generación Plus de la Berlinale, filmes imposibles de ver tempranamente sino fueran por este contexto.





Quizás los sinsabores de este festival se reflejaron en la noche final de premiación, donde Las niñas Quispe, película de cuidada fotografía y tema llamativo se llevó la distinción por parte de la crítica internacional, mostrando un ninguneo a filmes visiblemente superiores como Ciencias Naturales, Matar a un hombre o la misma Jauja. Y mejor ni mencionar el premio del público, que afirma pues una paradoja: se mejora la calidad de las películas pero el nivel del gusto del público sigue estando intacto, como si estuviéramos atrapados en la primera edición del festival donde primaban filmes intragables pero que causaban el furor de los votantes.

El homenaje a Bruno Dumont también es comparable a la visita de Apichatpong Weeresethakul el año pasado en el marco del Lima Independiente, y que permitió conocer de primera mano su modo de pensar sobre el quehacer cinematográfico que se fue de bruces con la percepción que tenemos de su cine. Sus afirmaciones a la prensa algo engreídas e imcompatibles con el cine que viene haciendo a lo largo de más de quince años, no opacaron para nada la impresión causada por P’tit Quinquin, una serie hecha para la televisión y que descubrió una vena cómica y sardónica del cineasta que no mella el corazón de un universo a la caza de lo primario y pulsional ya trazado en La vie de Jesus o L’Humanité.

¿Si tuvimos películas extraordinarias, una buena selección de las películas vistas en la Semana de la Crítica de Cannes, documentales de mucho interés, invitados de lujos, salas llenas, espectadores entusiastas, cuál fue el problema del festival? Mas bien, sobre todo desde una perspectiva desde la crítica misma, quizás el problema mayor tenga que ver con el nivel de discusión sobre cine latinoamericano. No puede ser que se tenga entre los invitados a alguien como Cao Guimaraes y se lo ponga al frente de una mesa denominada a secas “Cine y artes plásticas”, como si se tratara de un evento cajón de sastre, ignorando el trabajo en videoarte y experimental, que pudo tener una óptica más estudiada y minuciosa. 





Por ejemplo, esta edición tuvo como nunca varias películas sobre niños, sobre adolescentes, sobre LGTB, y que hubieran servido para trabajar propuestas temáticas y estéticas desde otros puntos de partida y no seguir hablando de las películas como islas secretas de los mismos directores. Lo mismo pasó con la muestra experimental, que ofreció una selección importante de cine de la región y un homenaje a Guy Sherwin, y que al estar en una muestra paralela no tuvo un padrinazgo de la misma organización del festival en sí. Oportunidades desperdiciadas para conocer de lleno otros trabajos del mismo Guimaraes por ejemplo (que pudo ser un eje de la muestra experimental), o traer al mismo Sherwin a hacer sus performance en vivo.

Otro punto en contra fue la relación con la prensa, ya que el festival puso en evidencia un desinterés tanto en el sistema de acreditaciones, que lució desordenado y sin criterio, y en el modo en que la prensa accedía a la sala, muchas veces cinco minutos después de iniciado el filme, en salas sin butacas, como si se tratara de un favor dado a la fuerza.

Dos deseos para el año siguiente: mantener el nivel de la selección del filme y un mejor trato a la prensa.




*Mónica Delgado
Crítica de Cine. Directora de Desistfilm