La puesta en escena se puede ver en la sala Ensad hasta el 09 de octubre
Escribe: Luis Paredes (Crítico de teatro)
Cuando se realiza un proyecto escénico
que implique un rescate, la dramaturgia se tiñe de un color de esperanza y
renovación. Creo que este ha sido el caso de “Noches de Luna” de César Vega
Herrera. Una obra que ha marcado la segunda oportunidad de Rafael
Hernández que asume el complejo rol de Víctor Humareda, y todo lo que ello
implica; tratándose de un personaje que en la vida real se mostró con una
desfachatez y extravagancia comparables con los grandes artistas excéntricos llámese Salvador Dalí, Vincent van Gogh y Paul Gauguin.
La pieza, dirigida por Jorge Sarmiento,
adopta el estilo del pintor: el expresionismo, para mostrar un mundo poblado de
fantasmas y delirios, con ingredientes fantásticos en lo que se refiere a la
colosal imaginería de figuraciones plásticas del pintor.
Humareda llega hasta nosotros transido de
una serie de recursos grotescos que van con su persona, pero mimetizado con el
mundo de La Parada donde escogió su lugar de residencia: es decir, rodeado de
locos, prostitutas y mendigos de toda clase y condición. Grupo humano
privilegiado por su pincel y trastocado hacia los arlequines y pierrots de los
cabarets alucinados que frecuentaba el artista.
La impronta del teatro en su pintura no
es débil, por el contrario, muchos de sus personajes se alimentaron de las
puestas en escena que como un visitante privilegiado observaba para extraer
sendos apuntes que eventualmente conformarían inolvidables pinturas…
Obras como La Muerte de Dantón, dirigida
en Lima por Sergio Arrau han sido inmortalizadas por cuadros del pintor; así
como Encuentros de Zorros de Yuyachkani, cuya estética se aproximaba al mundo
marginal del artista puneño.
En el caso personal del actor Rafael Hernández…Su
mundo interno ha sido poblado de anécdotas en los cuales el pintor aparece
persiguiendo a los personajes del Alma buena de Sechuan, montaje que él
dirigiera a comienzos de la década de los ochenta. Así han quedado apuntes
valiosos de Chen-te, Chui-ta, el aguador, el aviador, y una galería de escenas
inmortalizadas por sus trazos.
Sin embargo, Humareda no es solo locura y
fervor por la pintura (que en la obra se destaca y constituye una clase para
quienes quieren adentrarse en la aventura del color) no: Humareda también es el
amor. El amor alucinado por Marilyn Monroe, que fue su musa espiritual, pero
también carnal.
Habitante selecta de los recovecos de su memoria, dónde la
evocaba con las galas de sus mejores películas y también tal como vendría al
mundo en una colección de afiches que le regalara su amigo fotógrafo Herman
Schwarz. Ese amor lo marcaría tanto que forma parte de la centralidad de la
obra de Vega Herrera y denota una de las facetas más características del
pintor.
Aparece en la obra la impronta de los
años cincuenta: con sus ritmos como el mambo y Celia Cruz y la violencia humana
y colorida de La Parada y lo que significó para configurar el mundo alucinado de
su pintura que recala siempre en la marginalidad y dolorida condición de una
fauna que se esfuerza por combatir la pobreza con los pocos medios que le
brinda la sociedad.
Humareda es un pintor que resulta del
medio tan fuerte que vive, puneño trasplantado a Lima y Buenos Aires, donde
forja su mirada…Habitante de París de donde sale espantado por una realidad que
lo agobia, y superviviente de La Parada donde conversa con los filósofos y
artistas del pasado con la misma frecuencia que un mago.
Marilyn lo humaniza y
lo alucina; lo conmueve y lo excita, lo vitaliza y lo aloca al tiempo que
compone su documento humano que lo sumerge en un mundo que no entiende, pero
que a fuerza de negarlo pinta con absoluta transparencia.