Este texto fue leído durante la celebración por el Día Mundial del Teatro que organiza cada año la Asociación de Teatristas de Arequipa
*Escribe:
Carlos Vargas
Cuando
conocí a Sara, en Cusco, en 1992, luego de certificar su consabido fuerte y
jovial carácter, me sorprendió lo mucho que sabía del teatro de Arequipa. Había
estado aquí pero más que eso, había hablado con todos, conocía nombres, grupos,
y se había formado una clara idea de nuestros asuntos, los grandes y los
pequeños. No en vano hacían la broma de que Sara era nuestro verdadero
Instituto Nacional del Teatro: su información no solo era valiosa y extensa,
era también práctica.
Sara
era, sostengo, la teatrista peruana que tenía el mapa más completo del teatro
peruano. Porque lo había visitado como nadie. De manera que conversar con ella
sobre Arequipa y su teatro era conversar con alguien local. Y fue una larga
conversación, les aseguro. Primero están sus obras que han sido montadas varias
veces aquí, desde, si no recuerdo mal, La hija de Lope por el grupo Ilusiones,
pasando por las obras de niños Pinocho y El sastrecillo valiente, y su
inolvidable Niña Florita, estas últimas por parte de Aviñón.
Sara
vino a Arequipa varias veces desde que la conocí y es claro que había mucho de
complicidad en tales invitaciones: había que hablar del teatro de esta ciudad,
pero sobre todo había que participar del teatro en esta ciudad. Vino el 94 para
el Taller Regional Sur para dictar clases sobre Dramaturgia, el 97 como parte
de la Mesa de crítica de la Muestra Regional, el 2000 para la Muestra Nacional
de Teatro, el 2003 para el encuentro del Grupo Audaces y el 2004 para el
estreno de su Niña Florita y el encuentro de homenaje a Flora Tristán que
organizaba la Alianza Francesa.
Imagino
que quienes estuvieron en este último querrán recordar aquí, como yo, esa clase
maestra de brechtianismo en vivo por TVUNSA con que nuestra compañera Joffré
noqueó intelectualmente al modoso Vargas Llosa. Fue excepcional, sin duda. Pero
nosotros, la gente de teatro ya sabíamos del magisterio karateca de Sara a la
hora de puntualizar un dato o una verdad razonada. Mario no lo sabía, y supongo
muchísima gente tampoco. Y nosotros, teatristas, quizás tampoco sabíamos muy
bien que la buena Sara no tenía pelos en la lengua, literalmente, ante nadie.
Porque todos sus viajes a esta ciudad fueron notables muestras de dedicación a
esa pasión que es el teatro peruano.
Cada
encuentro, cada cafecito con autores, actores, directores, era, ahora lo
sabemos mejor, una clase maestra con chiquita incluida, personalizada y sin
anestesia, en la que a veces varios colegas deben haberse sentido llamados a
dejar las tablas. O llamados a clavarse los pies a ellas, como fue mi caso.
No
puedo decir que Sara era siempre una persona fácil de seguir en sus propuestas
y modos. Me resultaba imperioso conversar con ella casi todo lo que me parecía
importante, pero el resultado de esas charlas a veces lo dejaba a uno como
alcanzado por una flecha, pensando en qué hacer mientras restañaba la herida
del comentario mordaz de la Joffré. Y supongo les pasó a muchos aquí presentes.
Homenajear a Sara en esta Sala, en esta ciudad que ella tanto admiró y quiso,
en donde incluso empezó a escribir una de sus últimas obras, inspirada en el
Convento de Santa Catalina, es para mí cosa natural. Sara Joffré, fue, en
muchos sentidos, una vecina ilustre del teatro arequipeño.
Sobre
el autor de la nota
Carlos
Vargas Salgado nació en Lima. Reside en Arequipa en donde, como dice el poema, “se
formó su loco empeño”. Hizo teatro en grupos independientes desde 1984. Inició
el grupo Aviñón en 1991. Desde 2005 dirige en Minneapolis y otras ciudades de
EEUU. Estudió Literatura en la Universidad Nacional de San Agustín (UNAS). Obtuvo
un Phd en Literatura Hispánica y enseña en la Universidad de Minnesota. Ahora
vive en el estado de Washington y enseña en Whitman College.