martes, 31 de marzo de 2015

Por Sara Joffré




Este texto  fue leído durante la celebración por el Día Mundial del Teatro que organiza cada año la Asociación de Teatristas de Arequipa






*Escribe: Carlos Vargas



Cuando conocí a Sara, en Cusco, en 1992, luego de certificar su consabido fuerte y jovial carácter, me sorprendió lo mucho que sabía del teatro de Arequipa. Había estado aquí pero más que eso, había hablado con todos, conocía nombres, grupos, y se había formado una clara idea de nuestros asuntos, los grandes y los pequeños. No en vano hacían la broma de que Sara era nuestro verdadero Instituto Nacional del Teatro: su información no solo era valiosa y extensa, era también práctica.

Sara era, sostengo, la teatrista peruana que tenía el mapa más completo del teatro peruano. Porque lo había visitado como nadie. De manera que conversar con ella sobre Arequipa y su teatro era conversar con alguien local. Y fue una larga conversación, les aseguro. Primero están sus obras que han sido montadas varias veces aquí, desde, si no recuerdo mal, La hija de Lope por el grupo Ilusiones, pasando por las obras de niños Pinocho y El sastrecillo valiente, y su inolvidable Niña Florita, estas últimas por parte de Aviñón.

Sara vino a Arequipa varias veces desde que la conocí y es claro que había mucho de complicidad en tales invitaciones: había que hablar del teatro de esta ciudad, pero sobre todo había que participar del teatro en esta ciudad. Vino el 94 para el Taller Regional Sur para dictar clases sobre Dramaturgia, el 97 como parte de la Mesa de crítica de la Muestra Regional, el 2000 para la Muestra Nacional de Teatro, el 2003 para el encuentro del Grupo Audaces y el 2004 para el estreno de su Niña Florita y el encuentro de homenaje a Flora Tristán que organizaba la Alianza Francesa.

Imagino que quienes estuvieron en este último querrán recordar aquí, como yo, esa clase maestra de brechtianismo en vivo por TVUNSA con que nuestra compañera Joffré noqueó intelectualmente al modoso Vargas Llosa. Fue excepcional, sin duda. Pero nosotros, la gente de teatro ya sabíamos del magisterio karateca de Sara a la hora de puntualizar un dato o una verdad razonada. Mario no lo sabía, y supongo muchísima gente tampoco. Y nosotros, teatristas, quizás tampoco sabíamos muy bien que la buena Sara no tenía pelos en la lengua, literalmente, ante nadie. Porque todos sus viajes a esta ciudad fueron notables muestras de dedicación a esa pasión que es el teatro peruano.

Cada encuentro, cada cafecito con autores, actores, directores, era, ahora lo sabemos mejor, una clase maestra con chiquita incluida, personalizada y sin anestesia, en la que a veces varios colegas deben haberse sentido llamados a dejar las tablas. O llamados a clavarse los pies a ellas, como fue mi caso.

No puedo decir que Sara era siempre una persona fácil de seguir en sus propuestas y modos. Me resultaba imperioso conversar con ella casi todo lo que me parecía importante, pero el resultado de esas charlas a veces lo dejaba a uno como alcanzado por una flecha, pensando en qué hacer mientras restañaba la herida del comentario mordaz de la Joffré. Y supongo les pasó a muchos aquí presentes. Homenajear a Sara en esta Sala, en esta ciudad que ella tanto admiró y quiso, en donde incluso empezó a escribir una de sus últimas obras, inspirada en el Convento de Santa Catalina, es para mí cosa natural. Sara Joffré, fue, en muchos sentidos, una vecina ilustre del teatro arequipeño.



Sobre el autor de la nota

Carlos Vargas Salgado nació en Lima. Reside en Arequipa en donde, como dice el poema, “se formó su loco empeño”. Hizo teatro en grupos independientes desde 1984. Inició el grupo Aviñón en 1991. Desde 2005 dirige en Minneapolis y otras ciudades de EEUU. Estudió Literatura en la Universidad Nacional de San Agustín (UNAS). Obtuvo un Phd en Literatura Hispánica y enseña en la Universidad de Minnesota. Ahora vive en el estado de Washington y enseña en Whitman College.