martes, 21 de agosto de 2012

De Roma con amor (Crítica)


Escribe: Raúl Lizarzaburu

Woody Allen no actuaba en una película desde Scoop (2006), filmada en Inglaterra, donde interpreta a un mago de mala muerte que trata de convencer a una bella periodista (Scarlett Johansson) de que el millonario con quien sale es en realidad un psicópata (Hugh Jackman). Esto, además de las funciones habituales de director y guionista de Allen, que insiste en realizar una película anual a su edad (cumplirá 77 años en diciembre). La anterior fue Medianoche en París, que le dio el Globo de Oro y el Oscar a mejor guión. 


Su último trabajo, que inicialmente se iba a llamar Nero Fiddled, es De Roma con amor (To Rome with love, 2012; la traducción correcta es A Roma con amor, pero en fin), donde vuelve a actuar además de dirigir y escribir. Un policía de tránsito pone el punto de partida (junto con el tema Volare de Domenico Modugno) a cuatro historias narradas paralelamente en la Ciudad Eterna, pero que nunca se entrelazan, y se intercalan a intervalos regulares, con diálogos en inglés y en italiano. Tenemos así a Jerry y Phyllis (Allen y Judy Davis), que llegan especialmente a conocer a su futuro yerno (Flavio Parenti; Alison Pill es la novia), cuyo padre, dueño de una funeraria (el tenor Fabio Armiliato), tiene un gran registro para la ópera… pero solo cuando canta en la ducha, virtud que Jerry, conocedor lírico, querrá explotar. Luego vemos a otro americano (Alec Baldwin) que al llegar busca el barrio en el que estuvo en sus años mozos, y se topa con un joven (Jesse Eisenberg) con el que hace migas y se convierte en algo así como la voz de su conciencia (apareciendo de pronto, como Humphrey Bogart en Sueños de seductor o el fantasma de Ian McShane en Scoop) cuando llega Monica (Ellen ‘Juno’ Page), la posera y esnob amiga de la novia de este (Greta Gerwig), que comienza a ejercer una extraña atracción sobre él. 


La historia del matrimonio (Alessandro Tiberian-Alessandra Mastronardi) que llega para una cita de negocios es más de enredos: ella se extravía en la ciudad y pierde su celular, y él es invadido por una prostituta (Penélope Cruz, que luce espectacular) a quien hace pasar por su esposa con los riesgos del caso, mientras su verdadera cónyuge se topa con una diva de Cinecittá (Ornella Muti en un breve papel) y se deslumbra con un actor (Antonio Albanese) que intentará seducirla. La restante se acerca más a la comedia del absurdo (me recuerda a El fantasma de la libertad de Buñuel): un ciudadano común y corriente (Roberto Benigni) de pronto y sin razón aparente se convierte en una celebridad, con ascenso social, reporteros siguiéndolo hasta el baño, entrevistas en televisión y preguntas tan banales como la ropa interior que usa.


Esta historia es la que se agota más rápido, tanto en el humor como en ingenio. Y ese es más o menos el orden de interés de las cuatro. La mejor es aquella donde aparece el propio Allen, tanto por los diálogos –un judío sin suerte en los negocios cuya hija se va a casar con un italiano izquierdoso– como por los giros que va tomando. Judy Davis está excelente. La de Alec Baldwin traslada el espíritu de las comedias neoyorquinas de parejas de Allen a paseos por ruinas romanas. Penélope Cruz le pone el toque de bomba sexy de la comedia italiana clásica a una historia que tiene solo chispazos de humor. El paisaje, eso sí, es aprovechado al máximo por la fotografía de Darius Khondji.
Eso es De Roma con amor. Si bien dista del mejor Woody Allen, resulta simpática y se puede ver. Eso sí, esperamos que este veterano cineasta aún nos sorprenda con un gran filme.