Escribe: Victoria Guerrero Peirano
Esta semana el poeta Rodolfo Hinostroza hizo declaraciones polémicas en el blog NMM (Nosotros Matamos Menos). He leído, a través del Facebook, a mucha gente alabarlo por “ser directo y franco”. Lo siento, pero a mí la entrevista me supo bastante mal por ese tufillo de superioridad contra Renato Sandoval y Ricardo Silva-Santisteban, pero, sobre todo, por su visión simplista de la muerte de Javier Heraud. Hinostroza es un poeta excelente y, particularmente, lo aprecio y he escrito sobre su nouvelle Aprendizaje de la limpieza, pero cuando a nuestro poeta le dan una metralleta se dispara a sí mismo.
Ahora resulta que la vida y la muerte de Javier Heraud se explican por un supuesto “bullying” que sufriera en su etapa escolar. Dice Hinostroza: “Le hacían bullying al pobre Javier.
Él es una de las primeras víctimas de bullying en el Perú. En el Markham siempre lo trataban mal, le metían cabe, le metían la mano, yo sé lo que son esas cosas, porque yo he estudiado en el Guadalupe, que era un colegio más bravo”. Es decir, que toda una vida vivida con intensidad, tanto en el campo artístico como en el político, se resume a una palta del “pobre Javier”.
El bullying es un término que ha acuñado la psicología para describir una situación bastante vieja entre los escolares, y que se ha expresado particularmente en los colegios de hombres, pues estos hace solo menos de 20 años definían su masculinidad demostrando ser no-mujeres; por tanto, mostrar cualquier “debilidad” era considerado un gesto de mariquitas. Recordemos nomás La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, donde esta situación se expresa a lo largo de toda la novela: el Esclavo es “el punto” de la clase, el sujeto sobre el que se posan todos los miedos del “hacerse hombre” en un colegio militar. Tanto pánico causa que finalmente sea asesinado.
Es muy probable que, al igual que cientos de adolescentes, Heraud haya padecido este hostigamiento, pero ¿esto es suficiente para afirmar que su trágica muerte en Madre de Dios, en 1963, como integrante de la guerrilla se deba a esa herida no sanada a tiempo? Me niego a pensar que el poeta que publicó El río a los 18 años y ganó el premio Poeta Joven del Perú (que no se lo daban a cualquier cojudo) y cuya vida se fue perfilando poco a poco hacia un destino político pudiera responder solo a un tema personal. ¿Por qué querer tapar/esconder el lado político del poeta de El viaje? Como Hinostroza cuenta, Heraud ya sabía para qué iba a Cuba. Según su testimonio, era uno de los pocos que ya se había decidido a tomar las armas. Eran los años sesenta: la Revolución cubana, el Che, las utopías; el mundo se debatía en medio de la guerra fría, y la CIA ponía y sacaba presidentes en América Latina. Un joven sensible como Javier Heraud decidió dejarlo todo: su casa, su posición de clase, pensando en un mundo en que la justicia podía ser posible. El Perú era —es— un país predispuesto para el enfrentamiento, dada la opulenta riqueza de unos pocos y la vergonzante miseria de muchos. Antes de morir, escribió unas líneas a su madre: “Yo hubiese querido vivir para agradecerte lo que has hecho por mí, pero no podría vivir sin servir a mi pueblo y a mi patria. Eso tú bien lo sabes, y tú me criaste honrando y justo, amante de la verdad y de la justicia”. Pero este es el país de los “vivos”, ¿no?
Sobre Victoria Guerrero Peirano
Escritora, docente universitaria e investigadora en temas de violencia política, cultura y género. En poesía he publicado la trilogía: El mar ese oscuro porvenir (2002), Ya nadie incendia el mundo (2005) y recientemente Berlin (2011). Sus artículos de su columna “ungolpededados’ son publicadas en el semanario Siete www.siete.pe