sábado, 11 de agosto de 2012

Ella: “una novela donde el personaje central es una antiheroína-víctima”



La joven escritora Jennifer Thorndike presentó su novela Ella y sobre ella comentó la periodista y escritora Mariella Sala nuestra invitada de hoy






Escribe: Mariella Sala

A fines de los años ochenta cuando organizaba algunos relatos para un futuro libro,  le pedí a uno de mis colegas que los leyera, pues me interesaba conocer su punto de vista como escritor masculino. Luego de algunos días, volvió un tanto preocupado y me dijo que la prosa le parecía muy buena pero no así la temática: ¿Por qué escribes cosas tan tristes de las mujeres? ¿Por qué no escribes de la alegría de la maternidad, por ejemplo? me aconsejó casi compadeciéndome. 

Eran los años en que se imponía la moda de la “literatura femenina”, el bumcito como lo llamó un día la poeta Rocío Castro.  Pero resultaba que este bumcito creaba expectativas de lo que tenían que escribir las mujeres (como lo demostraba el éxito de sus exponentes más famosas), y  que  podría resumirse (aunque suene a simplificación) en: la maravilla de la maternidad, la sensual sabiduría de la cocina y la rebeldía de la sexualidad, que en su versión light, consistía en narrar la infidelidad con el marido.

Este recuerdo ha acompañado mi lectura de (ELLA) y en su proceso, he tenido el alivio de constatar que se trata de una novela donde el personaje es una antiheroína-víctima (un tema tabú para la idea de mujer en la literatura de las últimas décadas). Es decir, el personaje principal de (ELLA) no se rebela, odia y tiene miedo. Veo ante mí, al fin, una saludable literatura que se atreve a hablar de lo enfermo. Y lo hace además con un tema duro, difícil, evasivo: La atávica relación de dependencia y culpa que deriva de la ambivalencia amor-odio entre madre e hija, sin los disfraces del sentimentalismo ni la sublimación.


Veamos el comienzo de (ella), que instala desde las primeras líneas este universo opresivo con contundencia y fuerza excepcional: Ella no está, no está en ningún lugar. Reviso las habitaciones pero no la veo. Su presencia solo se insinúa en el intenso olor a humedad que desprende el hermetismo de la casa cerrada. Mi preocupación crece. No está. Una nota se asoma debajo de una taza de café. Esto es culpa tuya. La narradora sintetiza en una pesadilla (la de la madre suicidándose), la atmósfera que envolverá toda la novela. La tensión entre el miedo, el odio, la imposibilidad de escapar al destino que (ella) la madre ha elegido para (ella) la hija, obligarán a la segunda a esperar el único final posible: que la madre muera como única oportunidad de liberación.

Pero al intercambiar identidades, al estar fusionadas ambas, presas en la relación, ni la muerte de la madre salvará a la hija. Cito: “Camino hacia la avenida por esa calle nueva, ancha, ruidosa, y me cruzo con las caras de la gente que parecen máscaras grotescas que se burlan de mí, que me ven como una loca porque aún me preocupo por ella, porque le tengo miedo y me domina aunque ya no está. No entienden: soy la misma, ella es la misma, su voz me persigue a cada cuadra recordándome que nunca debí salir porque algo va a pasarme” p.47  

La historia podría ser inverosímil si la autora no hubiera introducido la culpa y el miedo en la protagonista. No cabe la posibilidad de rebelarse ni huir ante estos sentimientos. La hija niña-adolescente-mujer-anciana será rehén de su madre mientras ésta viva. De ahí la imagen de una casa asegurada con candados, de la que es imposible escapar. Excelente imagen para describir la relación de fusión entre madre-hija.




En una entrevista de Rosana López, Jennifer ha dicho que en su literatura quiere “extremar las relaciones entre las mujeres” En (ella) lo ha logrado a través de un ambiente asfixiante, opresivo, que nos evoca el escenario típico de un secuestro prolongado. Así, la atmósfera es elemento protagónico de la novela. Hay otros aspectos que quisiera destacar de esta novela. Uno de ellos es que los personajes no tienen nombre: el padre es llamado “el que fuera nuestro padre”, su hermano “el gemelo”, la madre es “ella” la prima donna del relato; y la narradora protagonista, aunque es “yo” muchas veces, se confunde con (ella).

Los dos personajes masculinos, además, existen solo en función de la estrategia narrativa, que así justifica la mayor intensidad de la relación madre-hija, al abandonar ambos la casa familiar. Sin el rol del padre como posibilidad de ruptura de la díada madre-hija y la complicidad del hermano, se lleva a cabo la fusión madre-hija, tan importante para la teoría psicoanalítica. Esta fusión madre-hija, victimaria-víctima, ama-esclava, es sostenida por el uso alternado y a veces simultáneo de la voz en primera y segunda persona: el yo y el tú, se alternan para sellar el odio que siente la hija por la madre y que la funde en ella. 

Estos recursos literarios permiten sostener la trama de una novela que unida al tiempo narrativo (la novela transcurre en 3 días, pero comprende los recuerdos de casi 60 años de vida de la protagonista) y el uso constante de flash backs que van in crescendo, nos muestran la intensidad de una relación que ha llegado a ser monstruosa. Este es el lado perverso de la tan sacralizada relación madre – hija que solo puedes ver si la despojas de su contexto familiar y la observas bajo una lupa. Esto debe ser a lo que Jennifer se refiere con “extremar las relaciones entre las mujeres”.

Creo que la novela ha plasmado esta interacción con singular perspicacia. Con este logro bastaría para considerar la calidad literaria de (ELLA), pero además esta novela tiene el mérito de inaugurar un tema que no ha sido tratado antes por la literatura peruana: la descripción desnuda y descarnada del cuerpo a cuerpo con la madre, robándole la frase a Luce Irigaray. Se me quedan muchos temas en el tintero, temas y sensaciones que me ha provocado la lectura estética que propone Jennifer y que ya habrá tiempo de conversarla con ella. Por ahora felicito a la autora por esta excelente novela.

    Sobre Mariella Sala


Periodista y escritora destacada, Mariella Sala laboró en La Prensa, El Comercio, el diario de Marka, Visión Peruana, entre otros. Medios emblemáticos en sus épocas algunas de los cuales ya no están en circulación. Asimismo, se desarrolló como jefa de redacción de la Revista Mujer hasta que finalmente se incorporó en Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán en donde tuvo a su cargo la publicación de la Revista Viva, importante publicación de corte feminista de la década de los 90.