jueves, 13 de agosto de 2015

Ella quería hablar de ella





Luego de leer Por qué hacen tanto ruido (Intermezzo Tropical 2015) de Carmén Ollé





Escribe: Odette Amaranta


¡Mierda! Luego de leerte siento que mi vida es un huerto de algodones. ¡Qué fuerte! Qué tal lucha interior, qué obsesiva y cotidiana confrontación, qué exigente y cuestionadora mirada. Cruda cárcel o trampa mortal. Rebelión interna. Qué soledad, qué esfuerzo e inagotable sobresalto por encontrar la propia voz. Qué ovarios para sostener tal infierno existencial. Monólogo doloroso y creativo en un solo compás.

El frenetismo del cuerpo atrapado en la mente. La imposibilidad del silencio. Atormentada vida, persecutorio juez, derecho a la locura, ¡maldita responsabilidad! ¡puta culpa! Mandar al diablo la estabilidad laboral y su convencionalismo burocrático, y gozar del vacío de ese acto feroz. La maternidad siempre será un ancla a tierra. Quedarse o huir. Huir y quedarse. Liberarse. Resurrección o muerte. Ser una escritora de verdad. Empezar de cero y aprender a caminar.

La angustia de la página en blanco, de la imagen que no aflora, frustración, desierto de imaginación sin filo. El descontrol del lenguaje. Vaciarme sin pensar en nada más que en vaciarme. Leer, leer, leer…en un vicio interminable, casi una fuga…vivir y morir leyendo hasta no sentir el cuerpo. Que todo se entrometa en lo que escribo, sin esquivar nada, que entre todo aquello que quiera entrar, lo admito todo. Confesión desatada. Psicomagia restauradora para abrazarse ella misma, como mujer, como escritora, en medio del caos.

Y es en ese desconcierto que me pregunto por la armonía y lo apacible. Luego de leerte podría sentirme culpable de mi optimismo hedonista (a diferencia del pesimismo masoquista de Sarah). A veces me preocupa tener un espíritu demasiado saludable, que la vida sea tan generosa conmigo y que pocas cosas terribles me hayan sucedido…a pesar de ello todos experimentamos sufrimiento y mis mejores poemas siempre han surgido del laberinto y el dolor. Pero hay dolores y dolores, desequilibrios y desequilibrios. Los míos son un pan con mantequilla, aunque no tenga sentido comparar. De todas maneras, también hemos escrito alguna vez como Evtuchenko, poemas nacidos de la alegría y la calma. ¿La verdadera belleza es una amenaza? No lo sé…no sé si quiera si exista verdadera belleza…pero el ruido que haces es perturbadoramente hermoso.




La poesía nunca será un obstáculo, así el dinero sea poco. El amor lo puede todo, aunque los demás se rían del amor o piensen que el amor es ridículo. Lo vi en Gustavo y Violeta, mis abuelos. No temer el ridículo, ni el milagro de la risa. Aunque sin dinero todo siempre sea más difícil.

La tensión, la espera, la precariedad y posible degradación. La decadencia. La ausencia de la madre. La infancia que no se desprende. Vencer el tedio de lo doméstico. El tormento de ser mujer y ser poeta, el propio sometimiento, la infidelidad, el machismo, los celos. El desamor. El deseo de escribir.  Todo está cifrado en los olores. ¿Quién se entrega a qué? ¿Quién es un verdadero qué? La melancolía ahora lo purifica todo.

Y la poesía allí,  siempre presente en cada frase, en cada silencio, en cada afirmación, densa y enigmática. ¿Poesía en prosa? ¿Novela poética? Solo la prosa anárquica, híbrida, onírica, lo que quieran. Poco importa ante tanta potencia comunicativa: encuentros y desencuentros, amor, literatura, sexo, familia, ciudad, miseria, fatalidad, locura, desequilibrio…cielo-infierno-purgatorio. Escrito está en tus manos: el misterio de la belleza en el peligro niega esa misma belleza. Silenciosa melodía de lo extraño, audaz y fascinante, dice Susana Reisz. Mezcla despiadada de poesía y realidad, peligrosa muestra de oscura intimidad consigo mismo, advierte Blanca Varela.

¿En qué momento los alaridos nos parecen gritos de belleza? Tal vez en el infierno de una pesadilla que, al despertar,  podemos expulsar como un pequeño insecto con la punta del zapato. Acto plenamente liberador, condición de vida limpia y digna, afirma Antonio Cornejo Polar: “se libera porque se escribe y porque es con la palabra que se instaura ese urgente e inabdicable espacio de autonomía personal (…) la mudez es la más aterradora imagen de la muerte y el lenguaje dicho con goce o sufrimiento el mayor y más alto signo de la vida que merece vivirse”. Sigo su cambio de código en la felicitación y, como él, no solo felicito a Carmen Ollé, valiente autora, felicito a Victoria Guerrero por la lucidez de reeditar una obra que no puede dejar de leerse -especialmente en el Perú-, felicito a la editorial Intermezzo Tropical por esta nueva y completa edición, y me felicito a mí por haberlo leído y gozado con dolor, veintitrés años después de su primera aparición.