Contra todo pronóstico, que es más el de la sobrevivencia en un país como
el Perú y en una ciudad cada vez más cara y desigual como Lima, Carmen sigue
escribiendo…
Escribe: Victoria Guerrero Peirano
Debo empezar diciendo que Carmen Ollé
cada día me sorprende más. Recientemente tuve el gusto de reeditarle Por qué
hacen tanto ruido y la presentación fue cálida, emotiva y reveladora de cuántos
lectores –y sobre todo, lectoras- la admiran y la siguen. Hoy me agrada saber
que contra todo pronóstico, que es más el de la sobrevivencia en un país como
el Perú y en una ciudad cada vez más cara y desigual como Lima, Carmen sigue
escribiendo. Estos monólogos divididos en dos partes, la primera, su
incursión y radiografía en la ciudad, y la segunda, tres piezas inspiradas en
el teatro Noh japonés cuya escritura está motivada, y esto lo dice la misma protagonista,
por “el deseo de escribir sobre Pilar [Dughi] mi amiga escritora, que murió de
pancreatitis antes de cumplir los cincuenta años”.
Monólogos de Lima es un libro de
formato experimental como casi todos los libros que me gustan de Carmen, textos
potentes y directos en prosa que deambulan la ciudad de Lima. Lo que más me
gusta de este libro es exactamente que sea una mujer la que camina por la hoy
decadente ciudad de los Reyes, pero ya no es esa mujer de Noches de adrenalina
(1981), que “va midiendo su talle en las vitrinas como muchas preocupada por el vaivén de su culo transparente” sino
otra que ya no habla de los cambios de su cuerpo en sentido estricto sino, más
bien, de las sensaciones que le producen la ciudad, sus callejuelas, sus
olores, sus gentes, sus vecinos, sus seres extraños, sus deformidades físicas y
espirituales. En definitiva, un retrato de los seres angustiados que somos, de
nuestras ridiculeces y cursilerías limeñas, de nuestras perversas añoranzas de
un pasado que hoy es tan solo una ruina.
Por esas callejuelas, divaga y
vagabundea Roxana, el personaje que recorre estas historias, sus historias.
Roxana está sola, y sale a la calle a capturar imágenes: “sé bien que las
mujeres jóvenes necesitan hacer el amor. Pues bien, la noche limeña es lo más
parecido a hacer el amor, sientes la emoción de lo desconocido subiendo por la
garganta hasta que al doblar la esquina o entrar a un bar desapareces en la
bruma”. El libro se abre justamente en
la noche limeña como un disparador de posibles encuentros y/o desencuentros,
como esa sensación agridulce y tortuosa que nos produce esta ciudad. Roxana
está siempre al borde de dejarlo todo. Quiere perder el trabajo (su trabajo en
una ONG, y por cierto hay una crítica irónica y mordaz aquí sobre su papel en
esta institución), y al final lo hace.
¿Cómo fantasea en el “tercer mundo” una
escritora sin trabajo fijo? Roxana fantasea con ir a la Martinica o perderse en
algún café respetable de una ciudad literaria, una preparación para la
escritura, pero no se decide. Roxana no se decide a nada, espera llegar a su
límite, a un límite donde todo se decida por la simple consecuencia de la
rutina o el desgano: Deja ya Carmen de andar por ahí contando a todos tus
dolores/ con tanta queja a nadie haces bien
y el culpable se vanagloria”. Los amantes no están o aparecen
ocasionalmente. Los amantes de la edad madura son jóvenes, o vienen del pasado
y se presentan ya maduros, se les escucha en conferencias, y luego se huye de
ellas.
Parece imposible, pero Roxana se
alimenta de cafés y de literatura, son las armas que tiene para sobrevivir a
esta ciudad porque este libro no es solo una cartografía callejera de Lima sino
también el mapa de las lecturas de Carmen Ollé, podría decir que incluso es un
homenaje a ellas: a su “Herr Professor” Patricia Highstmith, y a sus rusos:
Nina Berverova, Irene Nemirovsky, Chejov, Ajmátova, etc. Todos ellos están
citados aquí y son los referentes de los cuales parte para reflexionar sobre sí
misma: "El Comité Central del Partido Soviético decía de Anna [Ajmátova]
que no se sabía si era una monja o una mujer de la vida. ¿Qué puedo decir de mí
misma? Oh, ¿eres una monja o una mujer de la vida?". Preguntas capitales que evidencian nuestra
doble significación como mujeres. Una trampa a la que nos enfrentamos siempre.
Como el Berlin de Benjamin, que es una rememoración del pasado en la
escritura de su presente, en Ollé, Lima es lo que se vive y se escribe, pero
como fogonazos aparece el pasado con su ráfaga de ternura. Sin duda, los
Monólogos de Lima serán un nuevo referente literario para esta ciudad. Celebro
con Carmen este nuevo libro y me alegra estar con ella hoy en esta mesa.