lunes, 30 de junio de 2014

Comentario sobre los monólogos de Carmen Ollé publicados en Buensalvaje 11









La escritora peruana, Sylvia Miranda, doctora en Filología por la Universidad Complutense de Madrid; autora del libro de relatos “Las mañanas sagradas”, ha escrito un artículo sobre los monólogos Sábado por la noche, El malecón y Una imagen / un ícono, de Carmen Ollé publicados recientemente en la nueva edición de la revista de literatura BUENSALVAJE 11.

Escribe: Sylvia Miranda


Acabo de leer los monólogos Sábado por la noche, El malecón, Una imagen / un ícono, de Carmen Ollé publicados en la revista BUENSALVAJE11 y tengo la impresión de salir de otro lugar del mundo, de un lugar que conozco con vagabundos y noctámbulos. Me alegra, que toda esta época de la literatura rusa, que muchas llaman la edad de plata, haya cuajado en los tres textos de la autora. Eso, en primer lugar, me llena de admiración. Comparto con Carmen el amor por estas autoras, ideales de resistencia literaria. Estos tres monólogos son formas de resistencia y fe en esta forma de vida. Estratagemas para no diluirse en el día a día, en la llaneza. Para protegerse de las falsas melodías que, cual canto de Circe, nos mienten, aunque nos den alguna ilusión.

Mientras comenzaba a leer el primer monólogo, Sábado por la noche pasó por mi mente una frase de Westphalen que siempre me recito cuando necesito resistir, volver a poner en marcha la brújula: "El objetivo de la experiencia poética es el poema, pero la construcción del poema, al mismo tiempo, es el medio por el cual el poeta se reconoce y se sitúa en la vida". Este texto es una especie de "mantra" para mí, por eso cuando no escribimos estamos como perdidos, como avergonzados.

Cuando la autora dice que quisiera que haya también un Brodsky que te defina con esas bellas y enigmáticas palabras, es tácitamente anhelar y hacer visible lo invisible. Que lo que somos llegue a alguien con la misma intensidad. Me gusta que Sábado por la noche comience con las anotaciones (acotaciones) que podrían ser las de una obra teatral. Eso ya nos sitúa en este monólogo que trasunta la angustia de la escritora (aunque se diga al principio que no lo es sino que se pone en la piel de...), que siempre es un ser solitario aunque esté casada y con hijos. Como en casi toda tu obra, el género del cual escribe es claro, la mujer, y esos dos mundos en que pasa casi toda nuestra vida: los sueños y el deseo. La necesidad del sexo pero, mucho más fuerte, la necesidad de huir. Ambas necesidades se tocan. Ingeborg Bachmann hablaba de eso en uno de los cuentos de Tres senderos junto al lago.  La barra del bar, como asidero para la mujer sola, para la artista, es el espacio de la diferenciación de las otras mujeres, es el lugar de la ex-centricidad.




En Sábado por la noche, hay un rasgo importante que también está en sus novelas, una suerte de inocencia que acompaña a los personajes perdidos, pobres, obreros, a las mujeres...y que se revela en el lenguaje. "Me gritan perra, alimaña. Ah, era eso". Ese juego obvio entre Alemania /alimaña, logra una clave de candor que está en sus personajes más osados: en los centrales. Es algo distinto a la ironía, que también usa mucho, y que coloca al personaje entre los inocentes. 

A partir de las referencias a la novela de Sillitoe y luego lo de Nina Berbérova y Las damas de San Petersburgo es como entrar en una caja china, una crítica dentro del monólogo. El juego de espejos que desarrolla el personaje principal para ir dándose a conocer, como si poco a poco fuera descubriendo su propia imagen, a la manera de un puzzle, está bien logrado, vemos a la mujer que está en su noche franca, a la escritora que comenta libros, a la que está en el bar y a la que nos murmura desde la bañera, fotos distintas de la misma protagonista que nos habla desde la otra protagonista espacial, la ciudad de Lima, porque sólo desde Lima esas cosas, así dichas, tienen otra densidad, otro ritmo, otra soledad, como más ladinas.

En el malecón. El diálogo en este monólogo hace al relato más activo. Los personajes son muy limeños. Estas escritoras que se leen y no se leen, que quisieran ser verdaderas amigas y que las pequeñeces de la vanidad no las dejan atravesar al otro lado, el lado de lo entrañable… Ese diálogo de medias tintas, ese digo no digo. Eso pequeño que es tan castrante. A veces, he pensado si hay un buen lugar para ser escritora, si Lima no es ese lugar. Muchos datos podrían decirnos que Lima no es el mejor lugar (Lima la horrible), pero algo me dice que esa no es la respuesta correcta, que es la respuesta más trillada, más tradicional y más obvia. Creo que no hay lugar, más bien, hay "momentos", hay "grupos", "etapas", hay "encuentros" fructíferos. Creo que el capitalismo nos llena de miedos y nos disgrega cada día más, y hace que lo mejor de cada uno se quede cada día más en el fondo, más escondido.

Me gusta mucho la ironía entre el vino y el deseo de vestir hábitos, es genial.

Finalmente, sobre el monologo Una imagen/ un icono. Anna Ajmátova era bella, inteligente, dotada poeta, de origen noble, sufría, no fue muy valorada por su segundo marido que la mandaba a cocinar cuando estaba conversando de literatura con unos amigos, la soledad, el encarcelamiento de su hijo, el extraño visitante de una noche de amor.
Por supuesto, la revolución rusa de fondo. Lo tenía todo para ser un mito. ¿Cómo no querer ser un mito así? Pero, en la realidad, ¿cómo buscar la propia imagen que satisfaga? Muchas veces me he preguntado ¿cómo me ve la gente?, creo que habría respuestas muy variopintas. Somos una sucesión de imágenes de nosotros mismos. Somos indefinibles por naturaleza y para nosotros mismos. En los mitos, hay una imagen que triunfa. Lo de la vida propia y los escritores es que en el hecho de escribir está el hecho de travestirse, de crearnos y crear a otros. De vivir en otros. No hacemos sino eso, imaginar personajes con rasgos de lo que vemos, con los mitos, con los sueños.


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