La escritora peruana, Sylvia
Miranda, doctora en Filología por la Universidad Complutense de Madrid; autora
del libro de relatos “Las mañanas sagradas”, ha escrito un artículo sobre los
monólogos Sábado por la noche, El malecón y Una imagen / un ícono, de Carmen
Ollé publicados recientemente en la nueva edición de la revista de literatura
BUENSALVAJE 11.
Escribe: Sylvia Miranda
Acabo de leer los monólogos Sábado
por la noche, El malecón, Una imagen / un ícono, de Carmen Ollé publicados en
la revista BUENSALVAJE11 y tengo la impresión de salir de otro lugar del mundo,
de un lugar que conozco con vagabundos y noctámbulos. Me alegra, que toda esta
época de la literatura rusa, que muchas llaman la edad de plata, haya cuajado
en los tres textos de la autora. Eso, en primer lugar, me llena de admiración.
Comparto con Carmen el amor por estas autoras, ideales de resistencia
literaria. Estos tres monólogos son formas de resistencia y fe en esta forma de
vida. Estratagemas para no diluirse en el día a día, en la llaneza. Para
protegerse de las falsas melodías que, cual canto de Circe, nos mienten, aunque
nos den alguna ilusión.
Mientras comenzaba a leer el
primer monólogo, Sábado por la noche pasó por mi mente una frase de Westphalen
que siempre me recito cuando necesito resistir, volver a poner en marcha la
brújula: "El objetivo de la experiencia poética es el poema, pero la
construcción del poema, al mismo tiempo, es el medio por el cual el poeta se
reconoce y se sitúa en la vida". Este texto es una especie de
"mantra" para mí, por eso cuando no escribimos estamos como perdidos,
como avergonzados.
Cuando la autora dice que quisiera
que haya también un Brodsky que te defina con esas bellas y enigmáticas
palabras, es tácitamente anhelar y hacer visible lo invisible. Que lo que somos
llegue a alguien con la misma intensidad. Me gusta que Sábado por la noche
comience con las anotaciones (acotaciones) que podrían ser las de una obra
teatral. Eso ya nos sitúa en este monólogo que trasunta la angustia de la
escritora (aunque se diga al principio que no lo es sino que se pone en la piel
de...), que siempre es un ser solitario aunque esté casada y con hijos. Como en
casi toda tu obra, el género del cual escribe es claro, la mujer, y esos dos
mundos en que pasa casi toda nuestra vida: los sueños y el deseo. La necesidad
del sexo pero, mucho más fuerte, la necesidad de huir. Ambas necesidades se
tocan. Ingeborg Bachmann hablaba de eso en uno de los cuentos de Tres senderos
junto al lago. La barra del bar, como
asidero para la mujer sola, para la artista, es el espacio de la diferenciación
de las otras mujeres, es el lugar de la ex-centricidad.
En Sábado por la noche, hay un
rasgo importante que también está en sus novelas, una suerte de inocencia que
acompaña a los personajes perdidos, pobres, obreros, a las mujeres...y que se
revela en el lenguaje. "Me gritan perra, alimaña. Ah, era eso". Ese
juego obvio entre Alemania /alimaña, logra una clave de candor que está en sus
personajes más osados: en los centrales. Es algo distinto a la ironía, que
también usa mucho, y que coloca al personaje entre los inocentes.
A partir de las referencias a la
novela de Sillitoe y luego lo de Nina Berbérova y Las damas de San Petersburgo
es como entrar en una caja china, una crítica dentro del monólogo. El juego de
espejos que desarrolla el personaje principal para ir dándose a conocer, como
si poco a poco fuera descubriendo su propia imagen, a la manera de un puzzle,
está bien logrado, vemos a la mujer que está en su noche franca, a la escritora
que comenta libros, a la que está en el bar y a la que nos murmura desde la
bañera, fotos distintas de la misma protagonista que nos habla desde la otra
protagonista espacial, la ciudad de Lima, porque sólo desde Lima esas cosas,
así dichas, tienen otra densidad, otro ritmo, otra soledad, como más ladinas.
En el malecón. El diálogo en este
monólogo hace al relato más activo. Los personajes son muy limeños. Estas escritoras
que se leen y no se leen, que quisieran ser verdaderas amigas y que las
pequeñeces de la vanidad no las dejan atravesar al otro lado, el lado de lo
entrañable… Ese diálogo de medias tintas, ese digo no digo. Eso pequeño que es
tan castrante. A veces, he pensado si hay un buen lugar para ser escritora, si
Lima no es ese lugar. Muchos datos podrían decirnos que Lima no es el mejor
lugar (Lima la horrible), pero algo me dice que esa no es la respuesta
correcta, que es la respuesta más trillada, más tradicional y más obvia. Creo
que no hay lugar, más bien, hay "momentos", hay "grupos",
"etapas", hay "encuentros" fructíferos. Creo que el
capitalismo nos llena de miedos y nos disgrega cada día más, y hace que lo
mejor de cada uno se quede cada día más en el fondo, más escondido.
Me gusta mucho la ironía entre el
vino y el deseo de vestir hábitos, es genial.
Finalmente, sobre el monologo Una
imagen/ un icono. Anna Ajmátova era bella, inteligente, dotada poeta, de origen
noble, sufría, no fue muy valorada por su segundo marido que la mandaba a
cocinar cuando estaba conversando de literatura con unos amigos, la soledad, el
encarcelamiento de su hijo, el extraño visitante de una noche de amor.
Por supuesto, la revolución rusa
de fondo. Lo tenía todo para ser un mito. ¿Cómo no querer ser un mito así?
Pero, en la realidad, ¿cómo buscar la propia imagen que satisfaga? Muchas veces
me he preguntado ¿cómo me ve la gente?, creo que habría respuestas muy
variopintas. Somos una sucesión de imágenes de nosotros mismos. Somos
indefinibles por naturaleza y para nosotros mismos. En los mitos, hay una
imagen que triunfa. Lo de la vida propia y los escritores es que en el hecho de
escribir está el hecho de travestirse, de crearnos y crear a otros. De vivir en
otros. No hacemos sino eso, imaginar personajes con rasgos de lo que vemos, con
los mitos, con los sueños.
Para leer los monólogos pulse
BUENSALVAJE http://goo.gl/4pSLlm