martes, 31 de mayo de 2016

Mónica Delgado: “El palmarés no premia calidad ni riesgo, sino a un cine correcto”






 Directora del portal Desistfilm, magazine especializado en cine independiente, analiza los pro y contra del reciente festival de Cannes a propósito de su participación como crítica






Experta en crítica de cine, Mónica Delgado realizó la cobertura periodística del reciente 69º Festival de Cannes. Para charlar sobre la programación, la pobre participación de América Latina, en especial el Perú, entre otros puntos, Lima en Escena entrevistó a una de las más destacadas entendidas en materia de crítica cinematográfica, quien aseveró que la relación de Cannes con el Perú: “es inexistente, porque no hay siquiera una presencia institucional del país en el festival…”






-Antes de hacer un balance de lo que fue Cannes 69º Edición, ¿cuál es la relación de este mega festival con América Latina y con el Perú?

Más que relación lo que Cannes ha demostrado es una necesidad de proyectar una determinada imagen de América Latina a través de un grupo de films que responden a una sensibilidad estrictamente festivalera. Es del territorio Cannes  más reciente que surgieron los cineastas mimados o predilectos (a la manera de Ken Loach o Brillante Mendoza y su “cine necesario”), como Amat Escalante o el colombiano César Acevedo. Es decir, hay una América latina ya dibujada, por no decir sublimada, donde prima un imaginario de la pobreza, la violencia, la diferencia clasista, o la exotización de lo diferente. Este año se mantuvo este interés por incluir films latinoamericanos, como la brasileña Aquarius, la única en la selección oficial, dos chilenas en la Quincena de Realizadores y un grupo de cortometrajes en la Semana de la Crítica. Esta reducción de la presencia latina también puede entenderse de manera positiva, como un alejamiento de las propuestas autorales del gusto canino, un cine menos dispuesto a ahondar en miserabilismos, exotización de la pobreza o esa fascinanción por la violencia.

Y pues con Perú la relación es inexistente, porque no hay siquiera una presencia institucional del país en el festival. Si no existen películas seleccionadas (Perú perdió una oportunidad el año que fue Octubre a Un Certain Regard, donde pudo llevar un stand), por lo menos tener una presencia que promueva locaciones, o algún tipo de coproducción. Es decir, no es necesario que Perú esté en Cannes con alguna película, ya que todos los países que realmente ven al cine como un motor de una industria cultural, tienen un espacio allí, invierten y el país cobra alguna visibilidad. Perú no existe en Cannes, salvo por la presencia de críticos o algunos programadores de festivales independientes que van con su propio financiamiento.

-Formulo la pregunta porque imagino que algunas de las películas estrenadas en Cannes recalarán en el Festival de Cine de Lima, en nuestro país, en el Bafici de Argentina y otros festivales de la Región. ¿No?  Podrías ahondar más sobre este tema.

El Festival de Lima tiene una suerte de convenio con la Semana de la Crítica y es así que por lo menos llegan los films de esa selección al país. Solo esperemos que este año pueda llegar una de las películas más importantes en esta edición canina, como lo fue Mimosas de Oliver Laxe, pero ni siquiera eso está garantizado por un tema de distribución. Por otro lado, es más fácil que las ganadoras del palmarés 2016 lleguen a Lima por tratarse de films sin mucha ambición en su relación con el espectador. Es más probable que se estrene I, Daniel Blake de Ken Loach a que pasen The Assassin, la obra maestra de Hou Hsiao-hsien y que ganó premio a mejor dirección en Cannes del año pasado.


-Leí uno de tus últimos artículos sobre Cannes en donde manifiestas que este festival sigue necesitando de la espectacularización de Hollywood. ¿Por qué sostienes esta teoría?

De un tiempo a esta parte, y sobre todo dentro de la crisis económica europea, Cannes no se sostiene solo con proyecciones y ventas de cine de “autor”, necesita que allí caiga un Spielberg o un Woody Allen cada año, para atraer a todo tipo de productoras, mantener esa atracción y relación con el mundo de Hollywood, y que va más allá de la alfombra roja. La gente va a Cannes a conseguir financiamiento, a tranzar coproducciones, a promover nuevos cineastas, y eso se tiene que hacer en un ambiente más abierto de negociación, que permita productoras gringas, pero también chinas, rusas, indias. Hay un Marché du film, que es un emporio donde se vende, pero también se discute y se propone salidas para seguir haciendo films.




-Si algo diferencia a Cannes de Hollywood es su apuesta por un cine independiente, de autor, más político digamos, ¿crees que ya se perdió esta esencia para tomar un cariz más comercial?

Cannes es el festival más importante del mundo, por un hecho definitivo: casi todos los mejores films del año se proyectan allí, durante esos diez días que dura cada edición, y eso pues no pasa en el Oscar, que es una premiación a estrenos realizados en EEUU durante un periodo determinado. No hay pues comparación, porque tienen fines distintos. 

Lo que sí los puede hermanar es esa sensibilidad por preferir un cine, y desestimar otro. Y si bien la selección de este reciente Cannes fue de lejos la mejor en años, primó un espíritu conservador y plano al premiar a los mejores trabajos, responsabilidad de los jurados, cosa que pasa muy seguido en los Oscar, donde se premian dramas, historias edificantes, aleccionadoras, que buscan “cambiar al mundo”, por encima de un valor cinematográfico en sí. Y de hecho que Cannes es un festival comercial, y lo seguirá siendo, ya que precisamente esa es la dimensión que lo mantiene como ventana valiosa para dar a conocer jóvenes cineastas, en muchos casos absorbidos luego por Hollywood.

-¿Estrenar las nuevas películas de Steven Spielberg, Jodie Foster o Woody Allen, crea un vínculo de dependencia con la cine de Hollywood? En todo caso ¿A que le atribuyes que Cannes siempre tiene a las estrellas de la industria cinematográfica americana?

No es dependencia, es esa necesidad de la espectacularización de Hollywood que necesita Cannes para seguir convocando a prensa de todo tipo, no solamente críticos de cine, sino a periodistas de la prensa del corazón, del espectáculo. Por ejemplo, El Comercio no sacó casi notas sobre las pelis estrenadas, pero sí sobre abucheos a actrices o si a alguien se le rompió el vestido. Cannes es ante todo un gran evento, con toda esa espectacularidad y glamour, al margen del cine mismo, aunque parezca paradójico.

-El cine de “autor” tiene un espacio ganado en Cannes. ¿Cómo se desarrolla este segmento en especial? ¿De todo la programación cuánto cubre el cine de autor?

No existe un segmento especial de cine de autor en sí, es más bien un circuito de cineastas reconocidos que esperan Cannes para el estreno de sus films: desde Olivier Assayas a Gaspar Noe, de Bellocchio a Paolo Sorrentino, de Pablo Larraín a Kleber Mendonca Filho. Más bien sí este año sucedieron cosas extrañas, películas muy notables en secciones fuera de concurso, como si hubiera la necesidad de no dejar estos films fuera, pero a su vez visibilizarlos discretamente. 

Pasó con un film tan íntimo como Le Cancre de Paul Vecchiali, Exil de Rithy Panh, La Mort de Louis XIV de Albert Serra, que no tuvieron sesiones de galas y que fueron estrenadas en una sala ubicada en un patio del Palace que usan para exhibir los films ya presentados en las demás secciones.

-La semana internacional de la crítica es una sección paralela de larga data. ¿Qué balance te dejó este segmento?

Estuvo irregular, pero creo que en suma superior a lo que programó la Quincena de Realizadores. De la Semana surgieron por lo menos tres films notables, el mediometraje de Nadav Lapid, From The Diary Of A Wedding Photographer, Grave, de Julia Ducournau, y Mimosas de Oliver Laxe, que se llevó el máximo premio del jurado. Solo esperamos que lleguen a Lima.




-Jamás la opinión de la prensa o el público estuvo ligada a la deliberación del jurado. Recurrentemente la crítica siempre está inconforme con las cintas premiadas. ¿Por qué?

Porque inevitablemente son películas que responden a una línea editorial, pobre, a un sello de sensibilidad en torno a un contexto determinado, y que prima año tras año, y que es compartida por los miembros del jurado, donde no hay críticos ni académicos, pero sí actores, actrices, modelos y cineastas. Esta fractura, de valorar un film a través de diversas características, por un lado, y por otro, premiar temas es ya un asunto, o problema, mundial. 

El palmarés no premia calidad, no premia innovación, riesgo, diferencia, sino más bien un cine que busca ser correcto, un cine de grandes temas, y que recuerda la infamia de Fahrenheit 9/11, que premió Tarantino y su jurado contra George Bush. Y esta visión que jerarquiza al cine por sus temas jamás va a empatar con la crítica más feroz, ni incluso con aquella semiconservadora. Lo que sí parece plasmar es una problemática: la falta de discusión sobre qué es cine político. 

Premiar a la de Ken Loach, porque se le asume como un cine de respuesta y justicia social, como vocería de la clase trabajadora u obrera ante la onmipresencia del capital como destructor de derechos sociales ganados es casi de folletín, ya que este tipo de cine, para mí con mensaje de telefilme dramático, responde más bien a un gusto plano, a saciar un culpa desde uno de los lugares más ostentosos y caros de Europa, la Costa Azul. Por ejemplo, la favorita de la crítica fue la comedia negra neta de Paul Verhoeven, Elle, un must cinéfilo, en la vía opuesta de un cine que propone cambiar a la humanidad.

-¿Qué te pareció la programación de este 2016?

La selección oficial tuvo un nivel superior en torno a años anteriores. Los dos primeros días arrancaron con dos obras maestras: Toni Erdmann de Maren Ade y Sieranevada de Cristi Puiu, pero sin el palmarés con discretas posibilidades de exhibición comercial, sobre todo porque son películas de casi tres horas de duración y son comedias atípicas. De la veintena de películas presentadas, por lo menos unos cuatro fueron sobresalientes, entre ellas Rester Vertical de Alain Guiraudie, y muy poco bodrio, como el film de Sean Penn.

-¿Cuáles han sido los géneros de mayor presencia?

Creo que este fue el año de los films que escapan al “género”. Tanto Sieranevada, Rester Vertical, Ma Loute o Toni Erdmann manejan entre sí códigos distintos de la comedia, unos con paréntesis de tragedia o drama, y para otros la exarcerbación de lo grotesco o el slapstick. También estuvieron sí los films de horror, tanto en la selección oficial, como Personal Shopper (que en realidad es un híbrido entre el thiller, el drama y el terror) o una de zombis, Train to Busan, que si bien es un film de género con ideas viejas, supo ser atractiva como para ganar los aplausos de la crítica. The Neon Demon también se muestra como un film híbrido, que arranca como obra de videoarte, abordando la estética del crimen-arte, para derivar a una atmósfera a lo David Lynch y acabar como un Giallo grotesco.

-Finalmente. Lo positivo y negativo de Cannes 2016.

Lo positivo: la excelente programación, la variedad de títulos y la selección de Cannes Classics, un espacio para cinéfilos pero lamentablemente con salas nunca llenas.

Lo negativo: el Palmarés, la contada presencia latinoamericana (lo que significa que cada vez el cine que se hace aquí no viene respondiendo al gusto de Cannes, lo cual tiene un valor positivo realmente), y la ausencia de Perú. Si el país invierte en algún salón de arte en Milán, bien puede pagar un stand en uno de los festivales más importantes del mundo.

Quizás sí hubo presencia peruana: cuando en Paterson de Jim Jarmusch los personajes hablan de la quinua y los incas. Marca Perú les debería pagar eso, por lo menos hicieron que el país sea sugerido o mencionado en algo.