Directora del portal Desistfilm, magazine especializado
en cine independiente, analiza los pro y contra del reciente festival de Cannes
a propósito de su participación como crítica
Experta en crítica de cine, Mónica Delgado realizó la
cobertura periodística del reciente 69º Festival de Cannes. Para charlar sobre
la programación, la pobre participación
de América Latina, en especial el Perú, entre otros puntos, Lima en Escena
entrevistó a una de las más destacadas entendidas en materia de crítica
cinematográfica, quien aseveró que la relación de Cannes con el Perú: “es
inexistente, porque no hay siquiera una presencia institucional del país en el
festival…”
-Antes de hacer un
balance de lo que fue Cannes 69º Edición, ¿cuál es la relación de este mega
festival con América Latina y con el Perú?
Más
que relación lo que Cannes ha demostrado es una necesidad de proyectar una
determinada imagen de América Latina a través de un grupo de films que
responden a una sensibilidad estrictamente festivalera. Es del territorio
Cannes más reciente que surgieron los
cineastas mimados o predilectos (a la manera de Ken Loach o Brillante Mendoza y
su “cine necesario”), como Amat Escalante o el colombiano César Acevedo. Es
decir, hay una América latina ya dibujada, por no decir sublimada, donde prima
un imaginario de la pobreza, la violencia, la diferencia clasista, o la
exotización de lo diferente. Este año se mantuvo este interés por incluir films
latinoamericanos, como la brasileña Aquarius,
la única en la selección oficial, dos chilenas en la Quincena de Realizadores y
un grupo de cortometrajes en la Semana de la Crítica. Esta reducción de la
presencia latina también puede entenderse de manera positiva, como un
alejamiento de las propuestas autorales del gusto canino, un cine menos
dispuesto a ahondar en miserabilismos, exotización de la pobreza o esa
fascinanción por la violencia.
Y
pues con Perú la relación es inexistente, porque no hay siquiera una presencia
institucional del país en el festival. Si no existen películas seleccionadas
(Perú perdió una oportunidad el año que fue Octubre a Un Certain Regard, donde pudo llevar un stand), por lo
menos tener una presencia que promueva locaciones, o algún tipo de
coproducción. Es decir, no es necesario que Perú esté en Cannes con alguna
película, ya que todos los países que realmente ven al cine como un motor de
una industria cultural, tienen un espacio allí, invierten y el país cobra
alguna visibilidad. Perú no existe en Cannes, salvo por la presencia de
críticos o algunos programadores de festivales independientes que van con su
propio financiamiento.
-Formulo la pregunta
porque imagino que algunas de las películas estrenadas en Cannes recalarán en
el Festival de Cine de Lima, en nuestro país, en el Bafici de Argentina y otros
festivales de la Región. ¿No? Podrías
ahondar más sobre este tema.
El Festival de Lima tiene una suerte de convenio con la
Semana de la Crítica y es así que por lo menos llegan los films de esa
selección al país. Solo esperemos que este año pueda llegar una de las
películas más importantes en esta edición canina, como lo fue Mimosas de Oliver Laxe, pero ni
siquiera eso está garantizado por un tema de distribución. Por otro lado, es
más fácil que las ganadoras del palmarés 2016 lleguen a Lima por tratarse de
films sin mucha ambición en su relación con el espectador. Es más probable que
se estrene I, Daniel Blake de Ken
Loach a que pasen The Assassin, la
obra maestra de Hou Hsiao-hsien y que ganó premio a mejor dirección en Cannes
del año pasado.
-Leí uno de tus
últimos artículos sobre Cannes en donde manifiestas que este festival sigue
necesitando de la espectacularización de Hollywood. ¿Por qué sostienes esta
teoría?
De un tiempo a esta parte, y sobre todo dentro de la
crisis económica europea, Cannes no se sostiene solo con proyecciones y ventas
de cine de “autor”, necesita que allí caiga un Spielberg o un Woody Allen cada
año, para atraer a todo tipo de productoras, mantener esa atracción y relación
con el mundo de Hollywood, y que va más allá de la alfombra roja. La gente va a
Cannes a conseguir financiamiento, a tranzar coproducciones, a promover nuevos
cineastas, y eso se tiene que hacer en un ambiente más abierto de negociación,
que permita productoras gringas, pero también chinas, rusas, indias. Hay un
Marché du film, que es un emporio donde se vende, pero también se discute y se
propone salidas para seguir haciendo films.
-Si algo diferencia
a Cannes de Hollywood es su apuesta por un cine independiente, de autor, más político
digamos, ¿crees que ya se perdió esta esencia para tomar un cariz más comercial?
Cannes es el festival más importante del mundo, por un
hecho definitivo: casi todos los mejores films del año se proyectan allí,
durante esos diez días que dura cada edición, y eso pues no pasa en el Oscar,
que es una premiación a estrenos realizados en EEUU durante un periodo
determinado. No hay pues comparación, porque tienen fines distintos.
Lo que sí
los puede hermanar es esa sensibilidad por preferir un cine, y desestimar otro.
Y si bien la selección de este reciente Cannes fue de lejos la mejor en años,
primó un espíritu conservador y plano al premiar a los mejores trabajos,
responsabilidad de los jurados, cosa que pasa muy seguido en los Oscar, donde
se premian dramas, historias edificantes, aleccionadoras, que buscan “cambiar
al mundo”, por encima de un valor cinematográfico en sí. Y de hecho que Cannes
es un festival comercial, y lo seguirá siendo, ya que precisamente esa es la
dimensión que lo mantiene como ventana valiosa para dar a conocer jóvenes cineastas,
en muchos casos absorbidos luego por Hollywood.
-¿Estrenar las nuevas películas de Steven
Spielberg, Jodie Foster o Woody Allen, crea un vínculo de dependencia con la
cine de Hollywood? En todo caso ¿A que le atribuyes que Cannes siempre tiene a
las estrellas de la industria cinematográfica americana?
No es
dependencia, es esa necesidad de la espectacularización de Hollywood que
necesita Cannes para seguir convocando a prensa de todo tipo, no solamente
críticos de cine, sino a periodistas de la prensa del corazón, del espectáculo.
Por ejemplo, El Comercio no sacó casi notas sobre las pelis estrenadas, pero sí
sobre abucheos a actrices o si a alguien se le rompió el vestido. Cannes es
ante todo un gran evento, con toda esa espectacularidad y glamour, al margen
del cine mismo, aunque parezca paradójico.
-El cine de “autor”
tiene un espacio ganado en Cannes. ¿Cómo se desarrolla este segmento en
especial? ¿De todo la programación cuánto cubre el cine de autor?
No existe un segmento especial de cine de autor en sí, es
más bien un circuito de cineastas reconocidos que esperan Cannes para el
estreno de sus films: desde Olivier Assayas a Gaspar Noe, de Bellocchio a Paolo
Sorrentino, de Pablo Larraín a Kleber Mendonca Filho. Más bien sí este año
sucedieron cosas extrañas, películas muy notables en secciones fuera de
concurso, como si hubiera la necesidad de no dejar estos films fuera, pero a su
vez visibilizarlos discretamente.
Pasó con un film tan íntimo como Le Cancre de Paul Vecchiali, Exil de Rithy Panh, La Mort de Louis XIV de Albert Serra,
que no tuvieron sesiones de galas y que fueron estrenadas en una sala ubicada
en un patio del Palace que usan para exhibir los films ya presentados en las
demás secciones.
-La semana
internacional de la crítica es una sección paralela de larga data. ¿Qué balance
te dejó este segmento?
Estuvo irregular, pero creo que en suma superior a lo que
programó la Quincena de Realizadores. De la Semana surgieron por lo menos tres
films notables, el mediometraje de Nadav Lapid, From The Diary Of A Wedding Photographer, Grave, de Julia Ducournau, y Mimosas
de Oliver Laxe, que se llevó el máximo premio del jurado. Solo esperamos que
lleguen a Lima.
-Jamás la opinión de
la prensa o el público estuvo ligada a la deliberación del jurado. Recurrentemente
la crítica siempre está inconforme con las cintas premiadas. ¿Por qué?
Porque
inevitablemente son películas que responden a una línea editorial, pobre, a un
sello de sensibilidad en torno a un contexto determinado, y que prima año tras
año, y que es compartida por los miembros del jurado, donde no hay críticos ni
académicos, pero sí actores, actrices, modelos y cineastas. Esta fractura, de
valorar un film a través de diversas características, por un lado, y por otro,
premiar temas es ya un asunto, o problema, mundial.
El palmarés no premia
calidad, no premia innovación, riesgo, diferencia, sino más bien un cine que
busca ser correcto, un cine de grandes temas, y que recuerda la infamia de
Fahrenheit 9/11, que premió Tarantino y su jurado contra George Bush. Y esta
visión que jerarquiza al cine por sus temas jamás va a empatar con la crítica
más feroz, ni incluso con aquella semiconservadora. Lo que sí parece plasmar es
una problemática: la falta de discusión sobre qué es cine político.
Premiar a
la de Ken Loach, porque se le asume como un cine de respuesta y justicia
social, como vocería de la clase trabajadora u obrera ante la onmipresencia del
capital como destructor de derechos sociales ganados es casi de folletín, ya
que este tipo de cine, para mí con mensaje de telefilme dramático, responde más
bien a un gusto plano, a saciar un culpa desde uno de los lugares más
ostentosos y caros de Europa, la Costa Azul. Por ejemplo, la favorita de la
crítica fue la comedia negra neta de Paul Verhoeven, Elle, un must cinéfilo, en la vía opuesta de un cine que propone
cambiar a la humanidad.
-¿Qué te pareció la
programación de este 2016?
La selección oficial tuvo un nivel superior en torno a
años anteriores. Los dos primeros días arrancaron con dos obras maestras: Toni Erdmann de Maren Ade y Sieranevada de Cristi Puiu, pero sin el
palmarés con discretas posibilidades de exhibición comercial, sobre todo porque
son películas de casi tres horas de duración y son comedias atípicas. De la
veintena de películas presentadas, por lo menos unos cuatro fueron
sobresalientes, entre ellas Rester
Vertical de Alain Guiraudie, y muy poco bodrio, como el film de Sean Penn.
-¿Cuáles han sido
los géneros de mayor presencia?
Creo que este fue el año de los films que escapan al
“género”. Tanto Sieranevada, Rester Vertical, Ma Loute o Toni Erdmann
manejan entre sí códigos distintos de la comedia, unos con paréntesis de
tragedia o drama, y para otros la exarcerbación de lo grotesco o el slapstick.
También estuvieron sí los films de horror, tanto en la selección oficial, como Personal Shopper (que en realidad es un
híbrido entre el thiller, el drama y el terror) o una de zombis, Train to Busan, que si bien es un film
de género con ideas viejas, supo ser atractiva como para ganar los aplausos de
la crítica. The Neon Demon también
se muestra como un film híbrido, que arranca como obra de videoarte, abordando
la estética del crimen-arte, para derivar a una atmósfera a lo David Lynch y
acabar como un Giallo grotesco.
-Finalmente. Lo
positivo y negativo de Cannes 2016.
Lo positivo: la excelente programación, la variedad de títulos y la selección de Cannes
Classics, un espacio para cinéfilos pero lamentablemente con salas nunca
llenas.
Lo negativo: el Palmarés, la contada presencia latinoamericana (lo que significa que cada
vez el cine que se hace aquí no viene respondiendo al gusto de Cannes, lo cual
tiene un valor positivo realmente), y la ausencia de Perú. Si el país invierte
en algún salón de arte en Milán, bien puede pagar un stand en uno de los
festivales más importantes del mundo.
Quizás sí hubo presencia peruana: cuando en Paterson de
Jim Jarmusch los personajes hablan de la quinua y los incas. Marca Perú les
debería pagar eso, por lo menos hicieron que el país sea sugerido o mencionado
en algo.