Corcuera moldeó sus versos experimentando diversas formas: la fábula, el
refrán, la adivinanza, el haiku japonés, en un estilo reflexivo, lúdico,
intimista, social, pero también cargado de un fino humor, de cierta ironía…
Fotos: archivo familiar
Escribe: Gaby Cevasco
He sido una lectora de la biblia, la he
leído toda, por interés de conocer cómo fue surgiendo la necesidad de una
religión; pero, también, por motivos literarios. Es asombrosa la riqueza de
imágenes que genera su lectura, empezando por cómo serían sus personajes
principales, cómo se les podría representar, más allá de los estereotipos que
nos ha dado Holywood. No sé qué piensan ustedes, pero a medida que fueron
pasando los años, Arturo Corcuera fue adquiriendo la imagen de un personaje
bíblico, cada vez que lo veía me decía: así debió ser la apariencia de Noé”;
claro, sé que es un personaje imaginario, pero a los que nos gusta la
literatura sabemos que siempre nos construimos una representación física de los
protagonista. Este Noé bíblico y el Noé delirante se hicieron uno a lo largo de
los años: cabello largo, entrecano, piel canela, de apariencia algo frágil,
algo nerviosa. Ahora, en realidad, ambos Noé son delirantes, son poéticos, y
ambos trascienden la historia de sus propias epopeyas.
No me voy a detener en los datos
biográficos del poeta, ya todos los conocen, era de Trujillo, dicen que de la
generación del sesenta, algunos señalan que fue más bien un precursor de esta.
Ganó diversos premios, acá y más allá de nuestras fronteras: el Premio Nacional
de Poesía 1963, Premio Internacional de Poesía Atlántida 2002, Premio
Internazionale di Trieste di Poesia 2003, el Premio Casa de las Américas 2006
con su libro A bordo del arca…
Publicó, entre otros, Noé delirante
(1963), Las sirenas y las estaciones (1976), Poesía de clase (1968), Puente de
los suspiros (1982), Declaración de amor (1995), Canto y gemido de la tierra
(1998), Puerto de la memoria (2001), A bordo del arca (2006), Vida cantada.
Memorias de un olvidadizo (2017)
En los últimos tiempos vi su nombre
como editor en la hermosa revista de arte Vuelapluma de la Universidad Ciencias
y Humanidades, y me alegró leer la noticia este año que recibió la Orden Rubén
Darío de Nicaragua y el premio FIL Lima Literatura 2017, que otorga la Cámara
Peruana del Libro.
Cuando se habla de un poeta se empieza
por sus compromisos sociales, sus adhesiones políticas, sus rebeldías;
olvidando muchas veces que ya de por sí el acto creativo es un acto de
rebeldía, no solo frente a lo dominante y opresivo del mundo exterior, también
frente a los karmas que nos oprimen como personas, como seres lanzados al mundo
de la vida, buscando el sustento de nuestro propio pensamiento que esculpe
nuestra identidad, pero, también, que sienta las bases de nuestra libertad.
Alguien dijo que solo merecen la libertad aquellos que luchan día a día por
conseguirla y mantenerla. Precisamente, el cuestionamiento a la existencia de
Dios empezó luego que los filósofos se preguntaran que en “esta secreta
geometría” (Leibniz) de su naturaleza y poder, qué espacio de libertad le
quedaba al ser humano. Bueno, hay filósofos que niegan la propia libertad de
Dios, “al ser esclavo de su propio plan”; quizá, los pequeños dioses que son
los seres humanos, son esclavos de su propio plan, y de esto no están libres
los poetas, a pesar de su rebeldía.
Creo que el acto más desafiante que
ejecuta el poeta es encontrar la armonía entre su propio mundo interior y las
palabras. No menciono el mundo exterior porque este ya está triturado,
convertido en la propia carne del poeta de tanto rumiarlo, y que luego, hechos
una sola masa, el mundo exterior e interior, con ella moldea sus versos.
Corcuera moldeó sus versos
experimentando diversas formas: la fábula, el refrán, la adivinanza, el haiku
japonés, en un estilo reflexivo, lúdico, intimista, social, pero también
cargado de un fino humor, de cierta ironía. Tiene un dominio sorprendente de la
palabra y crea sus propias formas de expresar, con un lenguaje puro, lírico,
pero también coloquial. Es admirable, asimismo, su fantasía alimentada del
paisaje y fauna no solo de su natal Salaverry (Trujillo), sino de otras
regiones y de otros países, de sus lecturas, de historietas, de la televisión,
del cine… Todo entra en esta poderosa arca, todo lo que ha encontrado y
asimilado en su vida.
Para Corcuera, el poeta es un niño, que
mira el mundo con los ojos de su espontáneo sentir y de su imaginación; es
decir –interpreto yo–, todo fluye, como un dios que recrea las cosas para
darles nuevas formas, de manera que sean hechuras de su propia mano. Ello se
expresa claramente en su poesía, creando una voz personal y un estilo depurado.
Hay una hermosa frase que recoge un
diario en una entrevista al poeta, donde
este señala que "La perfección es infinita, uno puede seguir modelando,
pero, al final, cada poema es un concierto inconcluso”; nada más cierto, por
eso la necesidad del autor de publicar, para acabar con el deseo obsesivo de
corregir, buscando esa perfección que es imposible, porque no existe. Por eso,
siempre, un poema, un cuento, una novela, es un “concierto inconcluso”, en el
que las notas están conformadas por las palabras, pero, igual que una pieza
musical, poseen una armonía que es la piedra filosofal que busca siempre el
escritor. Corcuera expresa esto, de una bella manera, en el poema El arca
viajera de Bombay Palace: “Después de una larga travesía, navegando por los
espejos llegó el arca al / dormitorio. Y en él guardo mis poemas, hasta que
maduren como las frutas”.
Toda esta búsqueda y procesos llevaron
a que su poesía significara un cambio importante en el quehacer poético y su
obra, en especial Noé delirante, se convirtiera en una obra fundamental para el
Perú.
A mi entender, Corcuera pertenece a una
generación de poetas en la que todavía el escritor cumplía el rol de mediador
en la sociedad; como cumplieron esa función poetas como Carmen Ollé y las de la
generación del ochenta, que expresaron lo que muchas mujeres en el Perú querían
gritar, pero que callaban por mandato social. Hoy la poesía es más
individualizada, pero igual, sigue siendo rebelde, y en esa rebeldía exponen
sus heridas, y, a través de ese acto, exponen las heridas que cada uno vive en
este país.
Corcuera, como hijo de la Guerra Fría,
tuvo una posición, y en su poesía lo hizo a su manera, tomando a personajes
representativos del nacionalismo y cultura estadounidenses: el águila, el pato
Donald, Ciro Peraloca, Pluto, entre otros; tal vez contagiado por aquel famoso
libro Cómo leer al pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Mattelar (aunque
después este se desdijo), libro emblemático de la literatura política de los
años setenta.
Confieso que he sido una devoradora de
todo tipo de historietas, y con la primera feminista que me encontré fue con la
pequeña Lulú.
Tengo entre mis poemas favoritos el de
Tarzán y el paraíso perdido. Los animales en el arca de Corcuera no solo son
los animales reales o ficticios, también los seres humanos, en este caso
Tarzán, pero en realidad nos habla del actor de su niñez, Johnny Weismuller,
enjaulado entre los barrotes de la locura de creerse Tarzán. Un Tarzán que ni
siquiera era dueño de su característico grito, sino una creación mezcla de los
gruñidos de un cerdo y las notas de un tenor.
Y entre los ataques de locura de Tarzán, el poeta adolescente suspira en
secreto por Jane, la de los níveos brazos (como era llamada la diosa Hera), un
amor que ocultaba entre las sombras de los destartalados cines de su barrio.
También entre mis predilectos están los
poemas dedicados al cuervo, El maese cuervo, “Sombra de plumas / que empolló la
noche”. Cuánta belleza y sentido en tan solo dos versos. Y está ese otro poema
dedicado a un cuervo de madera que en su oscuridad esconde su deseo de ser de
carne y hueso para arrancarle los ojos al poeta (Fábula del cuervo oriundo de
Ginebra).
Corcuera es un poeta que está no solo
en la historia de la literatura, también entre las/os peruanos y los
latinoamericanos, entre grandes y chicos, y estoy segura que alentará en
muchas/os el amor a la poesía y a la lectura en general. Con cada libro nos
enseña no solo a regocijarnos con su poesía, también a mirarnos a nosotros
mismos y a tener una visión crítica del mundo que nos rodea, a no aceptarlo tal
como nos está dado; sino día a día, a partir del oficio que desarrollemos, a
transformarlo en una realidad más justa para todas y todos
Texto que la escritora
Gaby Cevasco presentó durante la Semana de la Literatura en San Marcos, en el
homenaje a Arturo Corcuera. Noviembre 2017.