martes, 5 de diciembre de 2017

Homenaje a Arturo Corcuera


Corcuera moldeó sus versos experimentando diversas formas: la fábula, el refrán, la adivinanza, el haiku japonés, en un estilo reflexivo, lúdico, intimista, social, pero también cargado de un fino humor, de cierta ironía…

Fotos: archivo familiar

Escribe: Gaby Cevasco

He sido una lectora de la biblia, la he leído toda, por interés de conocer cómo fue surgiendo la necesidad de una religión; pero, también, por motivos literarios. Es asombrosa la riqueza de imágenes que genera su lectura, empezando por cómo serían sus personajes principales, cómo se les podría representar, más allá de los estereotipos que nos ha dado Holywood. No sé qué piensan ustedes, pero a medida que fueron pasando los años, Arturo Corcuera fue adquiriendo la imagen de un personaje bíblico, cada vez que lo veía me decía: así debió ser la apariencia de Noé”; claro, sé que es un personaje imaginario, pero a los que nos gusta la literatura sabemos que siempre nos construimos una representación física de los protagonista. Este Noé bíblico y el Noé delirante se hicieron uno a lo largo de los años: cabello largo, entrecano, piel canela, de apariencia algo frágil, algo nerviosa. Ahora, en realidad, ambos Noé son delirantes, son poéticos, y ambos trascienden la historia de sus propias epopeyas.

No me voy a detener en los datos biográficos del poeta, ya todos los conocen, era de Trujillo, dicen que de la generación del sesenta, algunos señalan que fue más bien un precursor de esta. Ganó diversos premios, acá y más allá de nuestras fronteras: el Premio Nacional de Poesía 1963, Premio Internacional de Poesía Atlántida 2002, Premio Internazionale di Trieste di Poesia 2003, el Premio Casa de las Américas 2006 con su libro A bordo del arca…

Publicó, entre otros, Noé delirante (1963), Las sirenas y las estaciones (1976), Poesía de clase (1968), Puente de los suspiros (1982), Declaración de amor (1995), Canto y gemido de la tierra (1998), Puerto de la memoria (2001), A bordo del arca (2006), Vida cantada. Memorias de un olvidadizo (2017)

En los últimos tiempos vi su nombre como editor en la hermosa revista de arte Vuelapluma de la Universidad Ciencias y Humanidades, y me alegró leer la noticia este año que recibió la Orden Rubén Darío de Nicaragua y el premio FIL Lima Literatura 2017, que otorga la Cámara Peruana del Libro.

Cuando se habla de un poeta se empieza por sus compromisos sociales, sus adhesiones políticas, sus rebeldías; olvidando muchas veces que ya de por sí el acto creativo es un acto de rebeldía, no solo frente a lo dominante y opresivo del mundo exterior, también frente a los karmas que nos oprimen como personas, como seres lanzados al mundo de la vida, buscando el sustento de nuestro propio pensamiento que esculpe nuestra identidad, pero, también, que sienta las bases de nuestra libertad. Alguien dijo que solo merecen la libertad aquellos que luchan día a día por conseguirla y mantenerla. Precisamente, el cuestionamiento a la existencia de Dios empezó luego que los filósofos se preguntaran que en “esta secreta geometría” (Leibniz) de su naturaleza y poder, qué espacio de libertad le quedaba al ser humano. Bueno, hay filósofos que niegan la propia libertad de Dios, “al ser esclavo de su propio plan”; quizá, los pequeños dioses que son los seres humanos, son esclavos de su propio plan, y de esto no están libres los poetas, a pesar de su rebeldía.

Creo que el acto más desafiante que ejecuta el poeta es encontrar la armonía entre su propio mundo interior y las palabras. No menciono el mundo exterior porque este ya está triturado, convertido en la propia carne del poeta de tanto rumiarlo, y que luego, hechos una sola masa, el mundo exterior e interior, con ella moldea sus versos.

Corcuera moldeó sus versos experimentando diversas formas: la fábula, el refrán, la adivinanza, el haiku japonés, en un estilo reflexivo, lúdico, intimista, social, pero también cargado de un fino humor, de cierta ironía. Tiene un dominio sorprendente de la palabra y crea sus propias formas de expresar, con un lenguaje puro, lírico, pero también coloquial. Es admirable, asimismo, su fantasía alimentada del paisaje y fauna no solo de su natal Salaverry (Trujillo), sino de otras regiones y de otros países, de sus lecturas, de historietas, de la televisión, del cine… Todo entra en esta poderosa arca, todo lo que ha encontrado y asimilado en su vida.

Para Corcuera, el poeta es un niño, que mira el mundo con los ojos de su espontáneo sentir y de su imaginación; es decir –interpreto yo–, todo fluye, como un dios que recrea las cosas para darles nuevas formas, de manera que sean hechuras de su propia mano. Ello se expresa claramente en su poesía, creando una voz personal y un estilo depurado.

Hay una hermosa frase que recoge un diario  en una entrevista al poeta, donde este señala que "La perfección es infinita, uno puede seguir modelando, pero, al final, cada poema es un concierto inconcluso”; nada más cierto, por eso la necesidad del autor de publicar, para acabar con el deseo obsesivo de corregir, buscando esa perfección que es imposible, porque no existe. Por eso, siempre, un poema, un cuento, una novela, es un “concierto inconcluso”, en el que las notas están conformadas por las palabras, pero, igual que una pieza musical, poseen una armonía que es la piedra filosofal que busca siempre el escritor. Corcuera expresa esto, de una bella manera, en el poema El arca viajera de Bombay Palace: “Después de una larga travesía, navegando por los espejos llegó el arca al / dormitorio. Y en él guardo mis poemas, hasta que maduren como las frutas”.


Toda esta búsqueda y procesos llevaron a que su poesía significara un cambio importante en el quehacer poético y su obra, en especial Noé delirante, se convirtiera en una obra fundamental para el Perú.

A mi entender, Corcuera pertenece a una generación de poetas en la que todavía el escritor cumplía el rol de mediador en la sociedad; como cumplieron esa función poetas como Carmen Ollé y las de la generación del ochenta, que expresaron lo que muchas mujeres en el Perú querían gritar, pero que callaban por mandato social. Hoy la poesía es más individualizada, pero igual, sigue siendo rebelde, y en esa rebeldía exponen sus heridas, y, a través de ese acto, exponen las heridas que cada uno vive en este país.

Corcuera, como hijo de la Guerra Fría, tuvo una posición, y en su poesía lo hizo a su manera, tomando a personajes representativos del nacionalismo y cultura estadounidenses: el águila, el pato Donald, Ciro Peraloca, Pluto, entre otros; tal vez contagiado por aquel famoso libro Cómo leer al pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Mattelar (aunque después este se desdijo), libro emblemático de la literatura política de los años setenta.

Confieso que he sido una devoradora de todo tipo de historietas, y con la primera feminista que me encontré fue con la pequeña Lulú.

Tengo entre mis poemas favoritos el de Tarzán y el paraíso perdido. Los animales en el arca de Corcuera no solo son los animales reales o ficticios, también los seres humanos, en este caso Tarzán, pero en realidad nos habla del actor de su niñez, Johnny Weismuller, enjaulado entre los barrotes de la locura de creerse Tarzán. Un Tarzán que ni siquiera era dueño de su característico grito, sino una creación mezcla de los gruñidos de un cerdo y las notas de un tenor.  Y entre los ataques de locura de Tarzán, el poeta adolescente suspira en secreto por Jane, la de los níveos brazos (como era llamada la diosa Hera), un amor que ocultaba entre las sombras de los destartalados cines de su barrio.

También entre mis predilectos están los poemas dedicados al cuervo, El maese cuervo, “Sombra de plumas / que empolló la noche”. Cuánta belleza y sentido en tan solo dos versos. Y está ese otro poema dedicado a un cuervo de madera que en su oscuridad esconde su deseo de ser de carne y hueso para arrancarle los ojos al poeta (Fábula del cuervo oriundo de Ginebra).

Corcuera es un poeta que está no solo en la historia de la literatura, también entre las/os peruanos y los latinoamericanos, entre grandes y chicos, y estoy segura que alentará en muchas/os el amor a la poesía y a la lectura en general. Con cada libro nos enseña no solo a regocijarnos con su poesía, también a mirarnos a nosotros mismos y a tener una visión crítica del mundo que nos rodea, a no aceptarlo tal como nos está dado; sino día a día, a partir del oficio que desarrollemos, a transformarlo en una realidad más justa para todas y todos
  

Texto que la escritora Gaby Cevasco presentó durante la Semana de la Literatura en San Marcos, en el homenaje a Arturo Corcuera. Noviembre 2017.