jueves, 12 de diciembre de 2013

Escribir para llegar a la “maldita alborada”





Escribe: Giovanna Pollarolo

Para Ana María Gazzolo, por su ternura /  para orientarme en el camino de la poesía.                              

A Marina
Muñequita de trapo y algodón
Anclaste en mi infierno

A Carmen
Azucenas negras
Mirada de hambre
Mirada de ginebra

Mirada de ginebra se abre con tres breves dedicatorias de la autora a tres mujeres: a la primera, Ana María, se le agradece “por su ternura para orientarme en el camino de la poesía”; a la segunda, Marina, se la identifica con una “muñequita de trapo y algodón”, imagen que refiere a suavidad, infancia, caricia; una muñequita es un objeto preciado para una niña, consuelo y compañía. A esa muñequita se le agradece por haber “anclado en mi infierno”, A la tercera, Carmen, la autora le ofrece tres versos herméticos, ásperos e inquietantes: azucenas negras / mirada de hambre / mirada de ginebra.

Pienso en Ginebra, la capital de Suiza; en ginebra, la bebida alcohólica y en la reina Ginebra ese personaje del ciclo artúrico que desencadena, según la versión más extendida, el fin del mítico reino de Logres, y de la idílica Hermandad de la Mesa Redonda, debido a su amor adúltero por Lanzarote del Lago, caballero al servicio del rey Arturo. Ella estaba casada con el rey Arturo y algunas versiones la presentan como una mujer adúltera y pecadora, permanentemente infiel; otras, como una mujer que simboliza la fragilidad humana.



Cuando el rey Arturo descubrió la traición,  condenó a la hoguera a Ginebra pero el enamorado Lanzarote la salvó y para ello debió matar a muchos caballeros de la mesa redonda. En algunas versiones, Ginebra, agobiada por la culpa, ingresa a un convento y Lancelot se vuelve eremita, alejado del mundo. En otras, Ginebra se casa con el nuevo rey. Sea como fuere, Ginebra representa el amor, la traición, la fragilidad, el dolor. Y tengo para mí que estas tres dedicatorias preparan el terreno que nos permite ingresar a Mirada de ginebra, que es, pienso, la mirada de la poesía, la de la muñequita que habita el infierno, y la del doloroso proceso de escritura que es negra, tortuosa como el hambre. Todas a la vez, perturbadoramente mezcladas.

El camino anunciado en la primera dedicatoria es el primer poema, “Camino pedregado” y arte poética: la poesía es presentada como un veneno dulce, un vino amargo, opio soñado para un cuerpo y un alma enfermos de tristeza, de soledad, de orfandad: el yo poético tiene “dagas en las venas” , el “cuerpo lleno de delirios” y camina,  escribe, de la noche al día, de la oscuridad a la luz, pero sabe que esa luz no la salvará: “maldita alborada”.


Los poemas que siguen escriben el camino hacia esa “maldita alborada” que es “camino hacia la nada”  pero atormentado y tormentoso. En el tránsito la asaltan “los cuervos de mi infancia”, la desesperanza, las sábanas mojadas, la madre ausente, la que nunca meció su cuna. De allí la destrucción: “Rompo mis poesías”, “manché de sangre la poesía” o la máscara, el disfraz: “me disfrazo de poeta cuando “te veo venir / malditas mañanas” pero en la noche escribe “escribo poemas en noches malditas”. La poesía casi se personifica en cuerpo del tú, el amante: “voy por el camino / prisionera/ cautiva / hace frío/ hace miedo/cae mi sangre en tus labios”; “estoy sangrando como tu arena.

Con una contundencia  que deviene en obsesiva, que no permite respiro, que sabe que no hay alivio ni consuelo pero que no queda más salida que seguir transitando ese camino a la nada, a la “maldita alborada”, la poeta Ginebra escribe, escribe y escribe. La poesía parece ser una maldición, un hechizo que no tiene antídoto; le hace daño pero no puede abandonarla del mismo modo como no se puede abandonar al amante: “te daré tesoros me dijiste / amante tibio /muerdo tu fuego/ muere la rosa entre los espejos / poesía acallada /traigo clavos en las manos”. La poeta escribe en silencio, pretende hacer metáforas pero fracasa. No hay nada, solo sombras, la poesía está tras los espejos, inalcanzabe.  “Soy poeta, el fracaso duele bien”, constata.   
   



Mirada de Ginebra tematiza la búsqueda desesperanzada pero angustiosa de la poesía; lejos está este poemario del pesimismo o el abandono. Hay rabia, hay sangre, hay energía y el resultado es un libro duro, lúcido y bellamente escrito.