Escribe: Giovanna Pollarolo
Para Ana
María Gazzolo, por su ternura / para
orientarme en el camino de la poesía.
A Marina
Muñequita
de trapo y algodón
Anclaste
en mi infierno
A Carmen
Azucenas
negras
Mirada de
hambre
Mirada de
ginebra
Mirada de
ginebra se abre con tres breves dedicatorias de la autora a tres mujeres: a la
primera, Ana María, se le agradece “por su ternura para orientarme en el camino
de la poesía”; a la segunda, Marina, se la identifica con una “muñequita de
trapo y algodón”, imagen que refiere a suavidad, infancia, caricia; una
muñequita es un objeto preciado para una niña, consuelo y compañía. A esa
muñequita se le agradece por haber “anclado en mi infierno”, A la tercera,
Carmen, la autora le ofrece tres versos herméticos, ásperos e inquietantes:
azucenas negras / mirada de hambre / mirada de ginebra.
Pienso en
Ginebra, la capital de Suiza; en ginebra, la bebida alcohólica y en la reina
Ginebra ese personaje del ciclo artúrico que desencadena, según la versión más
extendida, el fin del mítico reino de Logres, y de la idílica Hermandad de la
Mesa Redonda, debido a su amor adúltero por Lanzarote del Lago, caballero al
servicio del rey Arturo. Ella estaba casada con el rey Arturo y algunas
versiones la presentan como una mujer adúltera y pecadora, permanentemente
infiel; otras, como una mujer que simboliza la fragilidad humana.
Cuando el
rey Arturo descubrió la traición,
condenó a la hoguera a Ginebra pero el enamorado Lanzarote la salvó y
para ello debió matar a muchos caballeros de la mesa redonda. En algunas
versiones, Ginebra, agobiada por la culpa, ingresa a un convento y Lancelot se
vuelve eremita, alejado del mundo. En otras, Ginebra se casa con el nuevo rey.
Sea como fuere, Ginebra representa el amor, la traición, la fragilidad, el
dolor. Y tengo para mí que estas tres dedicatorias preparan el terreno que nos
permite ingresar a Mirada de ginebra, que es, pienso, la mirada de la poesía,
la de la muñequita que habita el infierno, y la del doloroso proceso de
escritura que es negra, tortuosa como el hambre. Todas a la vez,
perturbadoramente mezcladas.
El camino
anunciado en la primera dedicatoria es el primer poema, “Camino pedregado” y
arte poética: la poesía es presentada como un veneno dulce, un vino amargo,
opio soñado para un cuerpo y un alma enfermos de tristeza, de soledad, de
orfandad: el yo poético tiene “dagas en las venas” , el “cuerpo lleno de
delirios” y camina, escribe, de la noche
al día, de la oscuridad a la luz, pero sabe que esa luz no la salvará: “maldita
alborada”.
Los poemas
que siguen escriben el camino hacia esa “maldita alborada” que es “camino hacia
la nada” pero atormentado y tormentoso.
En el tránsito la asaltan “los cuervos de mi infancia”, la desesperanza, las
sábanas mojadas, la madre ausente, la que nunca meció su cuna. De allí la
destrucción: “Rompo mis poesías”, “manché de sangre la poesía” o la máscara, el
disfraz: “me disfrazo de poeta cuando “te veo venir / malditas mañanas” pero en
la noche escribe “escribo poemas en noches malditas”. La poesía casi se
personifica en cuerpo del tú, el amante: “voy por el camino / prisionera/
cautiva / hace frío/ hace miedo/cae mi sangre en tus labios”; “estoy sangrando
como tu arena.
Con una
contundencia que deviene en obsesiva,
que no permite respiro, que sabe que no hay alivio ni consuelo pero que no
queda más salida que seguir transitando ese camino a la nada, a la “maldita
alborada”, la poeta Ginebra escribe, escribe y escribe. La poesía parece ser
una maldición, un hechizo que no tiene antídoto; le hace daño pero no puede
abandonarla del mismo modo como no se puede abandonar al amante: “te daré
tesoros me dijiste / amante tibio /muerdo tu fuego/ muere la rosa entre los
espejos / poesía acallada /traigo clavos en las manos”. La poeta escribe en
silencio, pretende hacer metáforas pero fracasa. No hay nada, solo sombras, la
poesía está tras los espejos, inalcanzabe.
“Soy poeta, el fracaso duele bien”, constata.
Mirada de
Ginebra tematiza la búsqueda desesperanzada pero angustiosa de la poesía; lejos
está este poemario del pesimismo o el abandono. Hay rabia, hay sangre, hay
energía y el resultado es un libro duro, lúcido y bellamente escrito.