lunes, 28 de abril de 2014

Alicia, esto es el capitalismo de Carlos Villacorta Gonzales





Por: Carmen Ollé

Siempre se está tentado a empezar hablando de la estructura cuando se trata de una novela contemporánea, porque generalmente no se narra en ellas de modo lineal.  Pero en Alicia, esto es el capitalismo se me han quedado grabados el tono,  la atmósfera, el sentimiento de solidaridad del autor hacia los pobres del Perú, especialmente  hacia los que viven en una ciudad como Lima y crecieron, se formaron durante los años del terrorismo y la dictadura de Fujimori. La pobreza y la falta del padre, característica común de los pueblos de América Latina, alguna vez llamado el continente sin padre,  es una carencia de la que aún no se ha reivindicado. Porque los dos narradores –y acá ya puedo mencionar algo sobre la estructura, ya que la novela está contada desde los ángulos de visión de dos narradores protagonistas, un hombre y una mujer muy jóvenes.  Dividida en dos partes, entre ellas hay un intermedio con relatos alusivos cuya carga onírica confiere un grado de fantasía a una historia  que en un primer momento es hiperrealista.

 Los dos narradores de menos de 20 años han perdido a sus padres, si no es que  el papá los ha abandonado o la mamá ha enfermado  y desaparece de sus vidas, se hace humo. En la historia de Tigrillo, con la que se inicia la novela, casi todo sucede en los precarios trabajos que consigue el personaje principal, que se ha ido de casa; se trata de una pizzería. El hiperrealismo, como tendencia, reproduce la realidad con fidelidad, ello se aprecia en algunos pasajes relacionados con la comida.  La insistencia en contar los entretelones de la rutina diaria en un establecimiento de origen ítalo-norteamericano transmite sobre todo angustia, hartazgo, alienación al lector, y calza muy bien con lo que significa la orientación de una sociedad que va directo al consumismo, al extrañamiento de sí misma.

Los personajes, tanto el narrador como sus amigos, no tienen otra salida sino la huida, las drogas, el sueño, y el vagabundeo. Lima  es la ciudad de la neblina y el hambre, una experiencia que marca la lectura. Me hizo recordar Hambre de Knut Hamsun, el nobel noruego de principios del siglo XX, aunque el hambre de Alicia y Tigrillo está narrado con menos truculencia y fiereza que el del personaje de Hamsun, porque en la pizzería se pueden llenar  el estómago, por lo menos Tigrillo lo hace, pero a costa del estreñimiento y una dieta poco nutritiva. Y es que los sueldos no alcanzan para terminar el mes, los puestos de trabajo escasean, acá no hay glamour, no hay ricos, no existe la pulsión arribista. Los personajes se dejan llevar por su ánimo y este generalmente anda melancólico harto, cansado, en días donde ni siquiera el sexo logra sacarlos de la tristeza.

En la segunda parte, narrada por una chica joven, Alicia, de la que apenas si sabemos algo antes, solo que está presente en la mente del Tigrillo; la novela de Carlos Villacorta alcanza su esplendor literariamente. Estar contada desde la voz en primera persona de una mujer y conseguir plasmar su incertidumbre, su soledad, su marasmo, es un logro significativo. Se dice que hombres y mujeres no podemos suplantar nuestra identidad a la hora de querer describir bien a un personaje de otro género, pero Alicia es entrañable, y más radical que Tigrillo incluso, hará de la huida una rutina diaria, un destino triste. Para ella, el sexo sin amor es una experiencia que se registra en un rincón de su memoria,  ya ella sabía de antemano que la relación con Tigrillo no se trataba del amor, y con dolor, pero sin aspavientos trágicos, lo acepta.

Asistimos, como dije, a una época en que el Perú sale de un primer capitalismo para entrar en otro más drástico, el llamado salvaje, con el mercado como un nuevo dios y salvador;  repasamos parte de la historia política de aquellos años, sin que la trama se detenga  demasiado en el aspecto ideológico o político. La toma de la embajada de Japón, por ejemplo, es un episodio descrito como lo percibieron estos  niños y/o adolescentes, el tiempo de la re- reelección de Fujimori solo es un letrero, un slogan.

La descripción de la pobreza sin caer en el naturalismo tiene un pasaje excelente en el asentamiento humano, en cuyas laderas se podía leer Perú 2000, y a donde Alicia y su empleador, otro perdedor voluntario, llamémoslo así, porque no se esfuerza en hacer dinero ni en ir en busca de comodidades, van contratados para maquillar el cadáver de un niño, pues trabajan en ese rubro, son maquilladores de muertos; entonces el relato da un giro argumental y Alicia avizora lo que será su vida futura. También los lectores asistimos al desenlace de la novela, final abierto, por supuesto, no imagino a una novela como Alicia, esto es el capitalismo, con todos sus cabos bien enganchados, diría que hay algunos a los que es necesario volver para preguntarse qué pasó, no para responderse. Porque no hay aclaraciones ni explicaciones en la historia de vida de Tigrillo y Alicia.


Unas palabras para el estilo, que me parece muy ameno, fluido, logran muy bien  representar a una Lima fría, solitaria, incluso apática.  No estamos ante una novela romántica, pero el amor asoma como un pájaro hambriento que busca a su presa, y esta se oculta  para espantar el desamor;  la narradora lo dice  casi al final de la historia: Lima es una ciudad de siete millones de habitantes donde sin conocerse todos parecen odiarse.