Por: Carmen Ollé
Siempre
se está tentado a empezar hablando de la estructura cuando se trata de una
novela contemporánea, porque generalmente no se narra en ellas de modo
lineal. Pero en Alicia, esto es el
capitalismo se me han quedado grabados el tono,
la atmósfera, el sentimiento de solidaridad del autor hacia los pobres
del Perú, especialmente hacia los que
viven en una ciudad como Lima y crecieron, se formaron durante los años del
terrorismo y la dictadura de Fujimori. La pobreza y la falta del padre,
característica común de los pueblos de América Latina, alguna vez llamado el
continente sin padre, es una carencia de
la que aún no se ha reivindicado. Porque los dos narradores –y acá ya puedo
mencionar algo sobre la estructura, ya que la novela está contada desde los
ángulos de visión de dos narradores protagonistas, un hombre y una mujer muy
jóvenes. Dividida en dos partes, entre
ellas hay un intermedio con relatos alusivos cuya carga onírica confiere un
grado de fantasía a una historia que en
un primer momento es hiperrealista.
Los dos narradores de menos de 20 años han
perdido a sus padres, si no es que el
papá los ha abandonado o la mamá ha enfermado
y desaparece de sus vidas, se hace humo. En
la historia de Tigrillo, con la que se inicia la novela, casi todo sucede en
los precarios trabajos que consigue el personaje principal, que se ha ido de
casa; se trata de una pizzería. El hiperrealismo, como tendencia, reproduce la
realidad con fidelidad, ello se aprecia en algunos pasajes relacionados con la
comida. La insistencia en contar los
entretelones de la rutina diaria en un establecimiento de origen
ítalo-norteamericano transmite sobre todo angustia, hartazgo, alienación al
lector, y calza muy bien con lo que significa la orientación de una sociedad
que va directo al consumismo, al extrañamiento de sí misma.
Los
personajes, tanto el narrador como sus amigos, no tienen otra salida sino la
huida, las drogas, el sueño, y el vagabundeo. Lima es la ciudad de la neblina y el hambre, una
experiencia que marca la lectura. Me hizo recordar Hambre de Knut Hamsun, el
nobel noruego de principios del siglo XX, aunque el hambre de Alicia y Tigrillo
está narrado con menos truculencia y fiereza que el del personaje de Hamsun,
porque en la pizzería se pueden llenar
el estómago, por lo menos Tigrillo lo hace, pero a costa del
estreñimiento y una dieta poco nutritiva. Y es que los sueldos no alcanzan para
terminar el mes, los puestos de trabajo escasean, acá no hay glamour, no hay
ricos, no existe la pulsión arribista. Los personajes se dejan llevar por su
ánimo y este generalmente anda melancólico harto, cansado, en días donde ni
siquiera el sexo logra sacarlos de la tristeza.
En
la segunda parte, narrada por una chica joven, Alicia, de la que apenas si
sabemos algo antes, solo que está presente en la mente del Tigrillo; la novela
de Carlos Villacorta alcanza su esplendor literariamente. Estar contada desde
la voz en primera persona de una mujer y conseguir plasmar su incertidumbre, su
soledad, su marasmo, es un logro significativo. Se dice que hombres y mujeres
no podemos suplantar nuestra identidad a la hora de querer describir bien a un
personaje de otro género, pero Alicia es entrañable, y más radical que Tigrillo
incluso, hará de la huida una rutina diaria, un destino triste. Para ella, el
sexo sin amor es una experiencia que se registra en un rincón de su
memoria, ya ella sabía de antemano que
la relación con Tigrillo no se trataba del amor, y con dolor, pero sin
aspavientos trágicos, lo acepta.
Asistimos,
como dije, a una época en que el Perú sale de un primer capitalismo para entrar
en otro más drástico, el llamado salvaje, con el mercado como un nuevo dios y
salvador; repasamos parte de la historia
política de aquellos años, sin que la trama se detenga demasiado en el aspecto ideológico o
político. La toma de la embajada de Japón, por ejemplo, es un episodio descrito
como lo percibieron estos niños y/o
adolescentes, el tiempo de la re- reelección de Fujimori solo es un letrero, un
slogan.
La
descripción de la pobreza sin caer en el naturalismo tiene un pasaje excelente
en el asentamiento humano, en cuyas laderas se podía leer Perú 2000, y a donde
Alicia y su empleador, otro perdedor voluntario, llamémoslo así, porque no se
esfuerza en hacer dinero ni en ir en busca de comodidades, van contratados para
maquillar el cadáver de un niño, pues trabajan en ese rubro, son maquilladores
de muertos; entonces el relato da un giro argumental y Alicia avizora lo que
será su vida futura. También los lectores asistimos al desenlace de la novela,
final abierto, por supuesto, no imagino a una novela como Alicia, esto es el
capitalismo, con todos sus cabos bien enganchados, diría que hay algunos a los
que es necesario volver para preguntarse qué pasó, no para responderse. Porque
no hay aclaraciones ni explicaciones en la historia de vida de Tigrillo y
Alicia.
Unas
palabras para el estilo, que me parece muy ameno, fluido, logran muy bien representar a una Lima fría, solitaria,
incluso apática. No estamos ante una
novela romántica, pero el amor asoma como un pájaro hambriento que busca a su
presa, y esta se oculta para espantar el
desamor; la narradora lo dice casi al final de la historia: Lima es una
ciudad de siete millones de habitantes donde sin conocerse todos parecen
odiarse.