Escribe: Victoria Guerrero Peirano
El premio
que acaba de recibir Alfredo Bryce en la FIL Guadalajara sabe amargo. Nos
pasamos repitiéndoles a los alumnos que el “plagio” es un delito que se
sanciona incluso con la separación de la institución en la que estudia, y ahora
se ha premiado a un autor sobre el que recae la sombra del plagio. Bryce no es
un autor cualquiera, es un referente cultural para muchos jóvenes. La fiesta
por su premio queda trunca, en la punta de la lengua.
Desde el
momento en que se descubrió el copy & paste y luego de la resolución del
Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la
Propiedad Intelectual (Indecopi) en 2009, jamás ha asumido su responsabilidad
ni mucho menos pedido disculpas, y, peor aun, después de la entrega del premio
ha dado declaraciones en las que afirma cínicamente que ha quedado libre de
polvo y paja, y que solo hay gente que no lo quiere, como si la vida púbica de
un escritor se resumiera en “hay gente que me odia”. Que en este país todo se
pueda tergiversar con la facilidad obscena de una llamada de teléfono o de un
abogado bien curtido y relacionado no quiere decir que aquellos que tenemos dos
dedos de frente no sepamos que todas esas denuncias y la sentencia de Indecopi
sean verdaderas. En una entrevista que le hace G. Pajares en Perú 21, ese año
dice: “El plagio, como decía Borges, es incluso un homenaje. Borges le plagió a
medio mundo. Yo no siento haber plagiado a nadie. El texto de Willy Niño es un
trocito así (y, con los dedos, marca unos tres centímetros), el resto es mío”.
Recuerdo
que, por menos de ese “trocito”, Fernando Iwasaki tuvo que dejar su trabajo y
su país e irse a vivir fuera. Lo recuerdo vivamente, porque todos nos
arremolinamos alrededor de un panel en el que se encontraba la prueba del
delito: su texto al lado del texto plagiado. Vivíamos una época altamente
politizada, y su caída tuvo algo que ver con eso. Esto me impactó
profundamente, pues yo recién había ingresado a la universidad y él era mi profesor
de Historia Universal. Ahora, ante la incredulidad de muchos, después de más de
veinte años de ese incidente en la rotonda de Letras de la Universidad
Católica, un escritor peruano acusado de plagio en el ejercicio de su trabajo
recibe un premio muy importante, premio que han ganado, entre otros, escritores
como Fernando Vallejos, Nicanor Parra, Julio Ramón Ribeyro, Olga Orozco, Juan
Gelman. Ay, Bryce, Bryce, ¿por qué has envilecido el único artefacto que nos ha
permitido a muchos sobrevivir al dolor y la muerte? Me parece un deshonor que
se premie a un escritor que sostiene su defensa a través de la cultura de la
criollada. Estamos cansados de la viveza en este país. Estamos cansados de los
palomillas que asaltan las veredas con una ética sospechosa disfrazada de humor
y que se venden al mundo como representantes de la literatura nacional. Bryce
no ha entendido que el ejercicio de la literatura es político, no
delincuencial.
Si Bryce
fue el escritor de Un mundo para Julius y de algunos otros cuentos y libros
entrañables (realmente entrañables como Con Jimmy, en Paracas o Eisenhower y la
Tiqui-tiqui-tin), hace tiempo que dejó de serlo. Su cinismo mató lo que su amor
por la literatura le hizo escribir cuando yo ni siquiera había nacido y aun
algunos años después de que naciera, y que todavía guardo en mi sonrojado
corazón juvenil.
Sobre:
Victoria Guerrero Peirano
“Soy
escritora, docente universitaria e investigadora en temas de violencia
política, poesía, artes plásticas y género. En poesía he publicado la trilogía:
El mar ese oscuro porvenir (2002), Ya nadie incendia el mundo (2005) y
recientemente Berlin (2011). Soy profesora en la Universidad Católica. Este
artículo forma parte de mis escritos en el porta Un golpe de dados que contiene mis columnas publicadas en
el semanario Siete www.siete.pe"