viernes, 11 de enero de 2013

Lo imposible (Crítica)



En cartelera local, la película del realizador español José Antonio Bayona  y cuya protagonista: Naomi Watts, es candidata al Oscar en la categoría Mejor Actriz



Escribe: Ricardo Bedoya

Nota: Se revelan algunos datos importantes del argumento.

“Lo imposible” empieza como película de catástrofe y remata como melodrama familiar.

En los dos registros, José Antonio Bayona se muestra como hábil narrador, dotado para el cine de géneros.

Al inicio de “Lo imposible”, en la escena del avión y en la llegada al hotel siembra los recursos de identificación que serán conmovidos por la ola: la rebeldía de Lucas, el hijo mayor que rechaza a María, la madre; la relación de la mujer con los dos niños menores; la situación laboral del padre; los vetos maternos (no bebas Coca Cola, mejor bebe agua, le dice al hijo, en apunte irónico); la normalidad familiar. Al ocurrir el desastre, las sensaciones de sorpresa, precariedad y pérdida, tienen una fuerza y contundencia inapelables.


Por cierto, el desastre está muy bien filmado, en encuadres cercanos, ubicándonos en la perspectiva del personaje de la madre, sin recurrir a la espectacularidad de los planos amplios y abiertos de “Más allá de la vida“, de Clint Eastwood.

Desde entonces, a Bayona le interesa más seguir la travesía de supervivencia de Naomi Watts y del hijo mayor que la búsqueda de Ewan McGregor y los pequeños. Y es que en la relación entre la madre y el hijo se concentra el melodrama. No solo se multiplican los incidentes que dan cuenta del dolor físico, sino de la tensión emotiva entre ellos. Lucas se acerca a María. Los distantes se vuelven próximos.


Para mostrar ese acercamiento, Bayona saca a relucir dos armas de diverso calibre.

Una, certera: la dirección de actores justa y precisa. Tanto Naomi Watts como el joven Tom Holland dan la medida exacta de desaliento seguida de resistencia.

La otra, el arma más dudosa y efectista del género: el énfasis sentimental. Hay que ver, por ejemplo, el momento en que el niño que encuentran y salvan, acaricia, de pronto, a Naomi Watts, y la música redobla el gesto.

Los segmentos de la búsqueda del padre son más mecánicos y previsibles. Notificados del buen estado de salud de esa parte de la familia, el guión parece dirigido por la lógica dramática de un reality show. Es cuestión de contar los minutos para que ocurra la apoteosis del abrazo final.


Bayona es un atento discípulo de Steven Spielberg.

En una de las primeras secuencias de la película –que son las mejores- simula un encuadre subjetivo de la potencia natural que está a punto de desatar una catástrofe en la costa tailandesa.

Vemos el horizonte de la costa desde alta mar. El tsunami acecha y tiene un punto de vista. Es como un monstruo enorme que amenaza. Como el que ataca el pueblito costero de Amity en “Tiburón”.

En otro momento de la película, ocurrido ya el desastre, madre e hijo sobrevivientes encuentran a un niño maltrecho, Daniel. Lo rescatan y salvan de la muerte, pero luego lo pierden. Algunas secuencias después, el hijo tiene un reencuentro con el niño. Lo ve, a lo lejos. Ese momento le da un giro emocional a la acción, impulsa al personaje y prefigura la situación culminante de la película. Como en “La lista de Schindler” y la niña del abrigo rojo, pero en clave vitalista y eufórica.


Otro paralelo. La cerrazón inicial del hijo mayor y su posterior apertura hacia la madre y los otros recuerdan la trayectoria de Christian Bale aprendiendo de las duras experiencias de la guerra en “El imperio del sol”.