En cartelera local, la película del
realizador español José Antonio Bayona y
cuya protagonista: Naomi Watts, es candidata al Oscar en la categoría Mejor
Actriz
Escribe:
Ricardo Bedoya
Nota: Se
revelan algunos datos importantes del argumento.
“Lo
imposible” empieza como película de catástrofe y remata como melodrama
familiar.
En los dos
registros, José Antonio Bayona se muestra como hábil narrador, dotado para el
cine de géneros.
Al inicio
de “Lo imposible”, en la escena del avión y en la llegada al hotel siembra los
recursos de identificación que serán conmovidos por la ola: la rebeldía de
Lucas, el hijo mayor que rechaza a María, la madre; la relación de la mujer con
los dos niños menores; la situación laboral del padre; los vetos maternos (no
bebas Coca Cola, mejor bebe agua, le dice al hijo, en apunte irónico); la
normalidad familiar. Al ocurrir el desastre, las sensaciones de sorpresa,
precariedad y pérdida, tienen una fuerza y contundencia inapelables.
Por
cierto, el desastre está muy bien filmado, en encuadres cercanos, ubicándonos
en la perspectiva del personaje de la madre, sin recurrir a la espectacularidad
de los planos amplios y abiertos de “Más allá de la vida“, de Clint Eastwood.
Desde
entonces, a Bayona le interesa más seguir la travesía de supervivencia de Naomi
Watts y del hijo mayor que la búsqueda de Ewan McGregor y los pequeños. Y es
que en la relación entre la madre y el hijo se concentra el melodrama. No solo
se multiplican los incidentes que dan cuenta del dolor físico, sino de la
tensión emotiva entre ellos. Lucas se acerca a María. Los distantes se vuelven
próximos.
Para
mostrar ese acercamiento, Bayona saca a relucir dos armas de diverso calibre.
Una,
certera: la dirección de actores justa y precisa. Tanto Naomi Watts como el
joven Tom Holland dan la medida exacta de desaliento seguida de resistencia.
La otra,
el arma más dudosa y efectista del género: el énfasis sentimental. Hay que ver,
por ejemplo, el momento en que el niño que encuentran y salvan, acaricia, de
pronto, a Naomi Watts, y la música redobla el gesto.
Los
segmentos de la búsqueda del padre son más mecánicos y previsibles. Notificados
del buen estado de salud de esa parte de la familia, el guión parece dirigido
por la lógica dramática de un reality show. Es cuestión de contar los minutos
para que ocurra la apoteosis del abrazo final.
Bayona es
un atento discípulo de Steven Spielberg.
En una de
las primeras secuencias de la película –que son las mejores- simula un encuadre
subjetivo de la potencia natural que está a punto de desatar una catástrofe en
la costa tailandesa.
Vemos el
horizonte de la costa desde alta mar. El tsunami acecha y tiene un punto de
vista. Es como un monstruo enorme que amenaza. Como el que ataca el pueblito
costero de Amity en “Tiburón”.
En otro
momento de la película, ocurrido ya el desastre, madre e hijo sobrevivientes
encuentran a un niño maltrecho, Daniel. Lo rescatan y salvan de la muerte, pero
luego lo pierden. Algunas secuencias después, el hijo tiene un reencuentro con
el niño. Lo ve, a lo lejos. Ese momento le da un giro emocional a la acción,
impulsa al personaje y prefigura la situación culminante de la película. Como
en “La lista de Schindler” y la niña del abrigo rojo, pero en clave vitalista y
eufórica.
Otro
paralelo. La cerrazón inicial del hijo mayor y su posterior apertura hacia la
madre y los otros recuerdan la trayectoria de Christian Bale aprendiendo de las
duras experiencias de la guerra en “El imperio del sol”.