lunes, 7 de abril de 2014

Noé





Escribe: Raúl Lizarzaburu

Poco que agregar sobre la historia del patriarca bíblico Noé, el hombre justo elegido por Dios que salvó a su familia y a una pareja de cada especie animal, puestos a buen recaudo del diluvio universal en una gigantesca embarcación construida para tal fin. Poco que agregar... solo que en la ambiciosa y mediática producción Noé (Noah, 2014) la vida del personaje es contada, con muchísimas licencias, por Darren Aronofsky, que luego de entrar en escena con un par de largos interesantes (su opera prima Pi y, a pesar de sus excesos, Réquiem por un sueño) que insinuaban una carrera más prometedora, dividió crítica y público con la inflada El luchador, que marcó el renacer actoral de Mickey Rourke, mientras La fuente de la vida es sumamente fallida. Lo más preocupante era que Aronofsky es, sobre todo, el director de El cisne negro, y aquí además es coautor del guión con Ari Handel.




Una narración en off acompaña la historia desde el inicio, léase la Creación, hasta llegar a Noé cuando niño, y luego de adulto (entonces es Russell Crowe), con su esposa Naameh (Jennifer Connelly) y sus hijos, los jóvenes Sem (Douglas Booth; Emma Watson es Ila, la pareja de este), Cam (Logan Lerman) y el niño Jafet. Hasta ahí se puede hablar de una perspectiva histórica. 

La cosa cambia cuando se aproxima el diluvio y entra en acción la némesis de Noé. Tubal-cain, un líder violento, pragmático. Ambos tienen distinta visión de la humanidad, del mundo y de la supervivencia de la especie. Y se enfrentan. Puede ser cuerpo a cuerpo. Y, cuando este recurre a sus hordas, Noé es ayudado por unos gigantescos hombres de piedra que nos recuerdan a los Transformers y de los que se cuenta su origen.




Y entonces, en su segunda parte, el filme se hace cada vez más revisionista, a medida que se soslaya el contenido bíblico: las túnicas y sandalias son reemplazadas por abrigos y botas tipo vikingo; Matusalén (Anthony Hopkins), el longevo abuelo de Noé, es mostrado como una especie de curandero milagroso; el propio Noé se aleja de su perfil habitual para convertirse en un filicida en potencia. Algunas secuencias están bien hechas, por ejemplo las de combates (sobre todo se aprecia en 3-D, aunque son al estilo de Thor, El Señor de los Anillos y otras aventuras épicas de factura reciente). 

En otras abusa de la imagen digital (cortesía de Industrial Light & Magic), lo que es evidente en las especies en el arca, o en la furia de la naturaleza: los vientos, las tempestades, el oleaje. La fotografía de Matthew Libatique también se excede con el recurso del paisaje idílico (el colmo son esas imágenes que nos recuerdan a los folletos de ciertos grupos evangélicos). Y por ratos Aronofsky, fiel a su estilo, se pone filosófico (sus dos horas y cuarto no se justifican) y algo anodino, e incluso enredado. No es culpa del reparto: Crowe, Connelly, Watson (pese a sus llantos) y en especial Winstone como el villano están bien.

Un Noé muy singular, realmente. Por decir lo menos. Con qué novedad nos saldrá después Darren Aronofsky.


*Película actualmente en cartelera