Escribe: Raúl Lizarzaburu
Mucho se ha escrito sobre Edgar Allan Poe (Boston 1808-Baltimore 1849),
a quien se recuerda no solo como uno de los grandes de la literatura
norteamericana en la primera mitad del siglo diecinueve (que incluye entre otros
nombres a Henry David Thoreau, James Fenimore Cooper y Nathaniel Hawthorne) y
como un maestro de los relatos de horror y misterio, sino también por su
desordenada y perturbada vida, su afición por el alcohol y su frágil salud que
lo llevaron a una muerte prematura siendo un cuarentón, cuando se esperaba
mucho más de él.
Pues bien, el filme que comentamos, El
cuervo: Guía para un asesino (The Raven, 2012), no es una adaptación del
poema de Poe llevado al cine por Roger Corman en 1963, con Vincent Price –juntos
hicieron toda una serie de películas basadas en relatos del autor– y Boris
Karloff, quien actúa en otro filme llamado El
cuervo, dirigido por Louis Friedlander en 1935, con Bela Lugosi como un
científico loco obsesionado con textos de Poe. Esta vez el británico James
McTeigue, que se hizo famoso hace unos años con la sobredimensionada V de
Venganza, ubicada en una Inglaterra futurista y dictatorial con aliento a 1948
de Orwell, elabora una ficción con el propio Poe en la última etapa de su vida
como protagonista, interpretado por John Cusack, que es la única estrella del
reparto (y por ahí Brendan Gleeson, que actúa más en el cine inglés).
La anécdota del guión, escrito al alimón por Ben Livingston y Hannah
Shakespeare, dice que Edgar, quien ya es mal visto por cantineros y
parroquianos en los bares de Baltimore, planea casarse con la joven y bella
Emily (Alice Eve), pero el padre de esta, el severo capitán Hamilton (Brendan
Gleeson), no quiere verlo ni en pintura y se opone a la relación por la fama de
borracho y bohemio de Edgar. Pero la trama principalmente gira en torno a un
asesino en serie que se inspira en relatos de Poe para cometer brutales
crímenes: por ejemplo un crítico literario es partido en dos por una gigantesca
cuchilla (El pozo y el péndulo), un
criminal irrumpe en un baile de disfraces (La
máscara roja de la muerte) y así sucesivamente. Por esa razón, el detective
Fields (Luke Evans), a cargo del caso, convierte a Edgar en sospechoso, pero
luego este pasa a ser su principal colaborador en la investigación y luego
encabezar la búsqueda de Emily, raptada por el psicópata. La idea puede ser
interesante, y algunas secuencias nocturnas están bien hechas, pero
lamentablemente incurre en tópicos del género hasta llegar a un desenlace que
no es malo en sí, pero coronado con una innecesaria escena en París que será
vistosa como estampita pero no aporta nada.
John Cusack, buen actor, lleva todo
el peso con su personaje y, cabe decirlo, lo hace decentemente. Otros logros
están en la factura técnica, léase la recreación de época, el vestuario y la
fotografía de Danny Ruhlmann en escenarios de Serbia y Hungría, donde fue
rodada haciendo las veces de la Nueva Inglaterra decimonónica. Pero no basta, y El cuervo
queda como un filme regularón nomás, como lo fue V de Venganza, lo que confirma a James McTeigue como un director,
si bien pretencioso, sin mucho vuelo, pese a su legión de fans.