“El cliché estará
siempre fuera de lugar si de avanzar en tu escritura se trata…”, nos dice la
autora del poemario “El primer asombro”, en las siguientes líneas
Foto: Lidia Farfán
Hace poco, la destacada poeta
trujillana Denisse
Vega Farfán, autora además de los libros “Euritmia” (2005) y “Una morada tras
los reinos” (2008) Premio Poesía Joven del Perú, presentó “El primer asombro” (Animalde Invierno y Paracaídas Editores), su tercer y más reciente libro de poemas
considerado por algunos críticos como uno de los mejores del presente año 2014
a punto de culminar.
Además de formar parte
de la antología Poetas Peruanas de Antología (2009) de Ricardo González Vigil, entre
otras, sus poemas han sido traducidos al inglés y francés publicándose en
revistas como “Hueso Húmero”, “Fórnix”, “Periódico de poesía” (UNAM, México),
“Un vicio absurdo” y “Review” (Nueva York).
Justamente sobre el
citado poemario, el poeta José Carlos Yrigoyen dice: “El primer asombro es un
libro luminoso. No hay pliegues ni repliegues, no hay dobleces en el discurso…”
Para charlar al respecto, Lima en Escena entrevistó a la autora.
-El primer asombro me
llamó la atención por la contundencia de cada uno de sus poemas que no caen en
el cliché menos en la anécdota trivial. ¿Cómo fue la construcción de este
libro, ese día a día frente a la hoja en blanco?
-Fue tenaz. Había
publicado “Una morada tras los reinos” en el año 2008 y me urgía dar un giro en
el lenguaje y en la forma de abordar la Poiesis. Enrumbé y deshice proyectos hasta sentir que
tenía algo diferente entre manos. En cuanto a la apreciación que haces,
justamente creo que lo que trato de aprehender con la poesía es esa revelación
o conocimiento en particular que pugna por perderse ante una mirada distraída. En
esto, el cliché estará siempre fuera de lugar si de avanzar en tu escritura se
trata. Cada escritor debería procurar
alcanzar su decir único y, en todo caso, que la anécdota sea trascendida en el
poema.
-Tienes una especial
mirada, vínculo para ser más exacta, con una serie de disciplinas artísticas.
La plástica es tal vez la principal. Manos es como un lienzo y el epígrafe de
Walcott no es casual ¿no?...
-Siempre soñé con ser
artista plástico. En el 2005 integré un taller, hice algunas pinturas e incluso
las expuse localmente. Hubo un momento en que me di cuenta que mis herramientas
eran insuficientes, mis circunstancias de vida no eran favorables para
progresar en esta disciplina, y me aparté. Pero siento hasta ahora que la pintura ha sido
mi gran escuela para escribir, mi gran puerta, tanto así que cuando abandoné su
práctica me dije: “escribiré como pintando”.
Esa infinitud en las gamas, la
plasticidad, la proporción, la perspectiva, la textura, el color, hasta el
“aroma” en un poema… Esas asociaciones estuvieron muy presentes cuando, por
ejemplo, escribí “Una morada tras los reinos” e “Hippocampus”… El caso del poema que mencionas tiene que ver
específicamente con mi abuelo materno, quien fue ebanista. La idea era buscar un diálogo con su trabajo
manual y mi escritura, rendirle un tributo, pues a juzgar por su legado fue
todo un artista en su oficio. No soy de
llenar con citas mis libros, pero la Walcott encajó bien, que traducida es más
o menos así: “Si mi oficio es bienaventurado; / si esta mano fuera tan/
esmerada, tan honesta/ como las de su carpintero”.
-Sobre un fresco
mochica… escribes: ¿con qué poema iré a hacer el pago al final de mi oscuro
viaje?...Explícanos sobre este diálogo poético entre tu proceso creativo y la
cultura mochica.
-Nunca me ha dejado de
sorprender la entrega, el involucramiento que tuvieron las culturas
precolombinas en el pago a sus dioses, como si de eso dependiera el orden del
mundo. Eso me pareció tremendamente
tentador para la poesía. La idea de aplicarnos en escribir lo mejor posible,
evitando los poemas de “relleno”…
-Para cerrar este
capítulo. Máquina de coser me cautivó. La belleza de este poema en particular
se percibe desde el inicio: “Por ese metálico agujero/viajaron todos tus
hijos…” Cuéntanos la historia de esta entrega.
-Es un poema que tiene
ver con mi abuela materna, su oficio que fue la costura, y a quien junto con mi
abuelo considero mis dos legados artísticos.
Ciertamente hay una historia familiar que se empodera en el poema. La idea inicial era el diálogo entre su arte
y mi escritura, como hice con el poema “Manos”, pero su peso como un personaje
en sí mismo ganó lugar. Mi abuela era el
engranaje de la familia, una persona de
una resiliencia a toda prueba, aspirante a sabia. Sus convicciones me marcaron mucho, a pesar
de que falleció cuando yo era muy niña.
-En El Oído de los
dioses hay una especial evocación a los poetas Kavafis, Pessoa, Keats… ¿Cuál es
la importancia de sus voces en tu día a día?
-El rigor que debe tener
la poesía, la autenticidad, y la honestidad de quién eres ante la vida.
-Háblanos sobre tu
relación con el poeta austriaco Georg Trakl a quien le dedicas un hermoso poema...
-Trakl es un poeta que
aprecio mucho, y hacia quien tengo ahora algo más que un prurito poético. Inicialmente por la originalidad de su discurso
en cuanto a la oscuridad, la naturaleza, la divinidad, que son temas que me
interesan mucho, esa resistencia al desgaste producto de la entrega aleccionadora
hacia el oficio. Y claro, luego por su
perturbadora biografía, tan entroncada con el aliento y logros de su
poética.
A propósito del centenario de
su muerte, reflexionaba hasta qué punto había llegado a sus 27 años, visto y vivido, y
en el punto que me encontraba yo. Todo
me reclamaba un diálogo, como suelo denominar mi acercamiento a un autor a
través del poema, y vengo desarrollándolo en el proyecto de un nuevo libro. Por otro lado, más allá de la implacabilidad
del tiempo, siempre me fascinó la imagen de un par de muchachos,
contemporáneos, caminando por las playas del Lido, conversando de todo.
-La pintora Victorine
Meurent está presente en tu poética y a través de tus versos la evocas y nos
rendimos ante su belleza como lo hizo en su momento Manet quien la pinto en su
Olympia…
-La idea del cuarto
capítulo era explorar, entre otras cosas, el tema de la belleza. Un concepto
que me sigue pareciendo tan maravilloso como complejo. ¿Qué es belleza? Victorine Meurent fue propicia. Esa afirmación natural en su desnudez, esa
mirada inteligente y frontal hacia el espectador en “Almuerzo sobre la hierba”,
su capacidad camaleónica, es decir, de rebatir incesantemente lo que se cree
apreciable o no en arte.
-Tu poética camina de la
mano de las artes visuales y la cultura por donde transitas: la peruana, la
china, la canadiense…
-Los viajes son para mí
escenarios poderosos, y bueno pues, trato de aprehender en la medida de mis
posibilidades esas experiencias en mi poesía, esos contrastes.
-La muerte es una
evocación recurrente, una especie de ensueño. Es más, parte de los
protagonistas del libro: poetas y pintores ya no están entre nosotros pero
pueblan la geografía del libro… ¿Es un oda a la soledad, a la tristeza, o sencillamente
es un homenaje a estos seres que habitan en tu imaginación?
-El poder de la muerte
en mi escritura quizás tenga que ver con el hecho de que te marca una
advertencia de lo que tienes que apresurarte a acometer, enfrentar, remolcar. Esa lucha en fijar algo valioso en palabras.
Por otro lado, no lo veo como una oda a soledad ni a la tristeza, cada uno de
ellos celebró la vida y sus pasiones a su modo, gozó con su arte, fue fiel a sí
mismo.